

Valoro -mucho, lo sabes- la grandeza de los pequeños detalles. Esos gestos sencillos que no salen en la tele, esas acciones buenas, cotidianas, que uno hace sin más testigos que su conciencia y su propósito de ayudar. Gente normal. Gente que suma. Que no hace ruido, pero que deja huella.
A algunos, eso no les va. Ya lo dijo Churchill -te lo recuerdo de vez en cuando-: “El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. Y se quedó corto.
¿Conoces la historia de la carreta vacía? La resumiré. Un padre y un hijo pasean por el campo. El hijo oye un ruido. “Una carreta”, dice. “Vacía”, responde el padre. “¿Cómo lo sabes?”. “Porque cuanto más vacía, más ruido hace”. Ya lo has pillado.
Y sí: también yo, cuando veo a alguien que interrumpe, presume, desprecia, se exhibe o pretende imponerse, escucho mentalmente la frase: “Cuanto más vacía va la carreta, más ruido hace”.
Hay quien alardea de sus méritos y, en el mismo acto, los desmonta. Presumir de virtud es una forma de vanidad. El modesto vale por lo que es, no por lo que proclama. Y quien está lleno de sí mismo, suele estar más bien vacío.
Recuerdo un día que visité un aula. Pregunté a los niños -de nueve años- qué querían ser de mayores. “Famoso”, dijo uno. “Famosa”, añadió otra. Y se me cayó el alma a los pies. Yo esperaba oír enfermera, bombero, astrónoma, mecánico, maestro... Pero no: querían ser entrevistados. No sabían en qué, quizás en el Deluxe…. Por suerte, fueron una excepción.
Lo normal -lo que me gusta celebrar- es otra cosa. Es la gente anónima que madruga, que ayuda, que saca adelante una familia, una vocación profesional o una empresa: con dignidad y sin aspavientos. Gente que no grita ni se pone medallas, pero que pone su importante granito de arena.
En CampusHome convivimos a diario con ese tipo de personas. Estudiantes que, sin buscar reflectores, sacan adelante sus carreras y crecen como seres humanos. Profesionales que se entregan, más allá de la tarea asignada; que saben escuchar, cuidar a los residentes: sumar. Y lo hacen. Una comunidad en la que nadie necesita sobresalir para destacar. Porque aquí no brilla el que se impone, sino el que sirve. Y eso nos gusta.
Diderot decía que engullimos de un sorbo la mentira que nos adula, y bebemos gota a gota la verdad que nos incomoda. Por eso conviene -como proponía Clarasó- saber encontrar lo cómico que hay en nosotros. Porque reírse de uno mismo es un síntoma de salud.
Claro que no hay que pasarse de modestos: que decía el conde de Romanones de un conocido suyo que “era tan modesto que se creía inferior a sí mismo”.
Y es que, como en todo, también en esto hay un punto justo. Quererse, sí. Saber lo que uno vale, también. Pero sin olvidar que, si alguna vez te subes a la carreta... y haces ruido, puede que no vayas tan cargado como creías.
Y en casa, ya lo sabes: cuando alguien se pasaba de listo, otro decía a viva voz: “¡Modesto, baja… que sube Andrés!”. Qué importante saber quién eres. Y no venirte arriba.