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A cara descubierta A cara descubierta

A cara descubierta

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Fabiola Hernández

Volveremos a vernos las caras. ¡Vuelven las sonrisas! rezaba algún titular hace menos de un año, cuando se relajó su uso en el exterior, ¿qué vuelve verdaderamente? me pregunto yo ahora. He llegado a leer que con mascarilla somos un 40% más atractivos. En este caso, la cifra no lleva el sello de ninguna universidad americana fantasma, más bien parece extraída de la observación diaria y avalada por la propensión del ser humano a ver las cosas como quiere que sean y no como realmente son. Se acabó el escondite para los dientes torcidos, las arrugas en la comisura de los labios y el acné, pero sobre todo, resultará más difícil disimular las muecas de disgusto, los bostezos y, como advierten muchos expertos, el miedo a interactuar con los demás.

Según la American Psichological Associaton, el 50% de la población de EE.UU. presenta ciertos niveles de ansiedad ante la idea de quitarse la mascarilla. Durante estos dos años ha resultado ser un buen escudo contra la ansiedad social. Son muchos quienes han sufrido gravemente las consecuencias de la covid, incluso han llegado a perder a seres queridos. Es muy fácil entender su miedo a prescindir del único elemento que probablemente les haya servido de protección en una situación de crisis sanitaria mundial, pero qué pasa con los demás, que seguimos siendo la mayoría, no nos olvidemos. ¿Cuál será la próxima pandemia que nos ataque si cada vez reducimos más nuestra tolerancia a la incertidumbre?

En una sociedad cada vez más dada a patologizar cada fenómeno de la vida cotidiana, caemos continuamente en la tentación de equiparar el (desde mi punto de vista inexistente) síndrome posvacacional con verdaderos trastornos de estrés postraumático o ansiedad generalizada. Dicen los expertos que una de las principales razones por las que nos da miedo quitarnos la mascarilla es la sensación de falta de control. Por lo visto, ha sido una de las pocas cosas que nos ha dado seguridad en un contexto pandémico en el que la falta de control ha sido generalizada.

¿De verdad hemos creído durante dos años que un trozo de tela esterilizada puede filtrar lo que no nos gusta de nuestra vida; no sería preferible afrontar los problemas a cara descubierta?