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Cobardes equidistantes Cobardes equidistantes

Cobardes equidistantes

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Fabiola Hernández

A medida que la sociedad se polariza, el individuo pierde la capacidad de pensar. No le desaparece, sino que le cuesta tanto esfuerzo utilizarla, que los mandatos de la evolución, perfeccionados durante miles de años para ahorrar energía, nos convencen de que es mejor no usar esa habilidad tan poco rentable.

¿Recuerdan esas imágenes de cientos de miles de peces arrastrados muertos por mareas de chapapote? Así nos veremos muchos insignificantes humanos pensantes, si la ciudadanía sigue siendo zarandeada sin piedad para impedir que coja aire y reflexione serenamente.

Ay del pececillo que, en vez de surfear la cresta de la ola más alta, prefiere nadar por debajo para ver lo que realmente está pasando en el fondo del mar. Acabará envenenado por el combustible vertido, estampado contra las rocas o arrastrado hasta la arena de la playa para que se asfixie rápidamente.

Cualquier cosa antes de que diga que la salvajada genocida cometida por el gobierno israelí contra el pueblo de Gaza es abominable, pero que entiende que los aficionados al ciclismo quieran disfrutar de una de las mejores competiciones del mundo. Que las protestas tienen que molestar y hacerse oír, que no tienen sentido si se organizaran por la noche en los Campos de Visiedo y al mismo tiempo, los deportistas de elite hacen un esfuerzo sobrehumano que merece el aplauso de sus fans.

Esto no son juicios equidistantes de los cobardes que no se atreven a tomar partido. No son excluyentes, no implican que quienes los pronuncian se pongan de lado, si no que se ponen en el lugar del otro, ese sitio que nos estamos olvidando de visitar.

No todo es opinable, no me malinterpreten, hay muchas verdades absolutas: una de las más importantes es que el ser humano no evolucionó por su capacidad de aniquilar al otro de palabra o de obra, sino por su talento para tejer redes sociales y colaborar. Adivinen hacia dónde nos dirigimos si nos dejamos convencer de que escuchar al otro y tener criterio propio es de cobardes equidistantes.