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Crímenes

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Fabiola Hernández

La primavera asomaba tímidamente entre las ramas de los árboles. Los restos de la guerra parecían repintados, una vez retirado el frío. Congelado todo es más irreal. Al lado de la planta de Azovstal, en su querida Mariúpol, Dmytro había improvisado un cementerio al que se permitía salir un rato cada amanecer, justo cuando los bombardeos rusos decaían y la nueva claridad permitía unos minutos de esperanza. Nunca iban más allá de un par de horas, pero él había llegado a esbozar una sonrisa en aquella pausa que se le antojaba fuera del tiempo, de aquel tiempo de guerra. Incluso aunque lo pasara enterrando a sus vecinos. Después de hacerlo con su mujer y su hijo, había dejado de afectarle.

No era el caso de aquella mañana. Su nieto, que afortunadamente no tenía edad para ser llamado a filas, pero sí para acumular rabia para toda una vida, se empeñó en salir con él  fuera del recinto de la fábrica de acero. Su camaradería con las ratas había colmado la paciencia de su madre; la oscuridad de las galerías subterráneas le nublaba el juicio a su nuera desde hacía días.  Le había resultado demasiado fácil al crío convencerla de que no podía pasarle nada peor que esconderse en una tumba en la que tenía que disputarse sitio con los  vivos.

-Abuelo, no entiendo lo que es un crimen de guerra. Lo estaban hablando los padres de mi amigo Oleg con otros señores que viven en las galerías, y no entiendo nada.

Dmytro dejó en el suelo la pala que llevaba entre las manos, mientras pensaba la respuesta. Intentaba ganar tiempo, no tanto para encontrar una contestación como para dejar que se disipara la ira que le taponaba la garganta.

-¿Qué es lo que no comprendes?- le contestó con un hilo de voz.

-La abuela y mi padre murieron el primer día, cuando bombardearon vuestra casa. Según lo que decían algunos de esos hombres, eso no son crímenes de guerra.

-¿Y tú qué opinas?

-A mí qué me importa lo que digan ellos- le contestó su nieto enfadado ante su falta de reacción- Yo lo único que quiero es crecer deprisa para comprar un fusil en cuanto cumpla 18 años, y matar a todos esos soldados que asesinaron a mi padre y a mi abuela.

-Sembrar el odio eterno en el corazón de la gente, hijo mío,  ese es el primer crimen de una guerra.