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El 24 de febrero El 24 de febrero

El 24 de febrero

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Fabiola Hernández

El 24 de febrero, de madrugada, el cielo de Kiev se iluminó. No con el brillo tímido y prometedor del sol que obliga a abrir los ojos a la ciudad. Fue el resplandor de las bombas atravesando la noche lo que arrancó a Anna de su profundo sueño.  Antes, solo la tímida claridad que despereza las tierras del norte la sacaba de entre las mantas heladas incluso dentro de su casa. Desde aquel momento, cada sonido que emite la vida la estremece. Ya nunca duerme más de dos horas, ella que se reía del insomnio de los otros, ya nunca descansa.

¡Ya están aquí! Gritó enloquecido Valeri, su vecino  del piso de al lado, cuando se asomó a la ventana. No era la primera vez que veía la guerra, pero sí la primera que lloraba. Todavía tiene en la boca el sabor de la sangre de Chechenia y Crimea, sin embargo, lo que más le pesa es que con 76 años cree que ya solo puede entorpecer el combate o huir.

A Anya, paracaidista del ejército ruso, el destino no le regaló ni una hora de descaso aquella aciaga noche de invierno. Tal y como Putin habría querido, las palabras que escupió por su televisión antes de que ella se acostara fueron dardos que le pinchaban los ojos cada vez que intentaba cerrarlos. Al día siguiente estaría en Ucrania, como suboficial de las tropas aerotransportadas, permanecía en alerta desde hacía semanas. Si iba a morir en la guerra, prefería no dormir.

Febrero no es un buen mes para deambular por las calles de Kiev, hace demasiado frío. Anya la había visitado en agosto; el viaje fue un regalo por su treinta cumpleaños. Entonces no vio las cúpulas doradas de las viejas iglesias desde el cielo. A veces pensaba que eran esos segundos de paz en el aire antes de que todo estallara, lo que la había llevado hasta allí. Una vez en el suelo, todo dejaba de tener sentido.

No pudo pensar más. El fuego cruzado le atravesó los pensamientos. Como una ballena fuera del agua, en tierra no podía soportar su peso. Empuñó su fusil y disparó. Afortunadamente para Anna, que había salido de su refugio para llevar a Valeri al hospital, Anya era muy buena estratega y mala tiradora. Su bala solo le impactó en el brazo, el que le sujetaba la cabeza a Valeri mientras se desangraba.