

Son las siete, ya ha amanecido y sin embargo el cielo sigue sucio, emborronado. La luz deja al descubierto los escombros en las ciudades y en las vidas de las pocas familias que siguen viviendo con nosotros. Mi padre no quiere irse de Gaza. Antes discutía sin parar con mi madre que le suplicaba que nos llevara a Egipto con su prima.
La frontera está cerrada, pero ella estaba convencida de que podríamos cruzar de alguna manera. La mataron la semana pasada cuando iba a buscar comida para nosotros. Ahora ya nadie le lleva la contraria a mi padre. Mis dos hermanos mayores sí lo hacían, pero ellos cayeron en el primer bombardeo. Hace tanto de eso que ya casi no me acuerdo de sus caras. A mi madre no se lo podía decir, se enfadaba muchísimo; decía que qué clase de persona se olvida de sus hermanos muertos en la guerra.
Yo no querría olvidarme, pero a veces mi cabeza les pone sus caras a los cuerpos ensangrentados y mutilados que me encuentro por la calle; entonces echo a correr todo lo deprisa que puedo y no paro hasta que me falta la respiración. En ese momento, mi cabeza se detiene y dejo de ver sus caras en las cabezas aplastadas y los cuerpos quemados. Hoy es distinto, casi no puedo respirar, pero no es porque haya estado corriendo. Hace semanas que no me tengo de pie, mis piernas no pueden cargar con mi cuerpo.
Mi hermana Salwa dice que los pequeños hemos adelgazado demasiado y se echa a llorar. Lo repite constantemente y yo le digo que no se preocupe, que hace ya días que casi no tengo hambre. Cuando digo eso todavía llora más. Hoy se ha pasado toda la noche suplicando a los vecinos que nos llevaran al hospital. Hace dos días que mi padre no viene por casa y ella se tiene que ocupar de todo. Mis dos hermanos pequeños ya no lloran tampoco, solo gimen muy bajito; tanto, que desde hace horas ya no los oigo. Yo ya no salgo de la tienda de campaña, como ella quería, estará más tranquila. Sin embargo, ahora no para de llorar y repetir mi nombre, por sus gestos, parece que me grita, pero casi no la oigo. Estoy tan cansado.
Son las siete, ya ha amanecido y sin embargo el cielo sigue sucio, emborronado. La luz deja al descubierto los escombros en las ciudades y en las vidas de las pocas familias que siguen viviendo con nosotros. Mi padre no quiere irse de Gaza. Antes discutía sin parar con mi madre que le suplicaba que nos llevara a Egipto con su prima. La frontera está cerrada, pero ella estaba convencida de que podríamos cruzar de alguna manera. La mataron la semana pasada cuando iba a buscar comida para nosotros. Ahora ya nadie le lleva la contraria a mi padre. Mis dos hermanos mayores sí lo hacían, pero ellos cayeron en el primer bombardeo. Hace tanto de eso que ya casi no me acuerdo de sus caras.
A mi madre no se lo podía decir, se enfadaba muchísimo; decía que qué clase de persona se olvida de sus hermanos muertos en la guerra. Yo no querría olvidarme, pero a veces mi cabeza les pone sus caras a los cuerpos ensangrentados y mutilados que me encuentro por la calle; entonces echo a correr todo lo deprisa que puedo y no paro hasta que me falta la respiración. En ese momento, mi cabeza se detiene y dejo de ver sus caras en las cabezas aplastadas y los cuerpos quemados. Hoy es distinto, casi no puedo respirar, pero no es porque haya estado corriendo. Hace semanas que no me tengo de pie, mis piernas no pueden cargar con mi cuerpo. Mi hermana Salwa dice que los pequeños hemos adelgazado demasiado y se echa a llorar.
Lo repite constantemente y yo le digo que no se preocupe, que hace ya días que casi no tengo hambre. Cuando digo eso todavía llora más. Hoy se ha pasado toda la noche suplicando a los vecinos que nos llevaran al hospital. Hace dos días que mi padre no viene por casa y ella se tiene que ocupar de todo. Mis dos hermanos pequeños ya no lloran tampoco, solo gimen muy bajito; tanto, que desde hace horas ya no los oigo. Yo ya no salgo de la tienda de campaña, como ella quería, estará más tranquila. Sin embargo, ahora no para de llorar y repetir mi nombre, por sus gestos, parece que me grita, pero casi no la oigo. Estoy tan cansado.