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Veraneando

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Fabiola Hernández
¿No les parece un tanto sospechoso que después de un año peleando por conseguir un reconocimiento laboral que se nos niega, una armonía familiar que se escurre y una paz interior que no encontramos, lleguen las vacaciones y todos nuestros deseos se hagan realidad?

Cuenta la leyenda, o tal y como la llamamos en el s.XXI, las redes sociales, que tras once meses escapando de las frustraciones cual gacela de Thomson de un guepardo en la sabana, ponemos un pie en el apartamento de tercera línea de playa, en la casa familiar cerrada del pueblo, o en el vuelo low cost que nos lleva al destino que estaba el octavo en nuestra lista de preferencias, y la felicidad nos invade hasta un punto en que nos vemos obligados a contárselo al mundo entero. Menos mal que tenemos Instagram, si no desperdiciaríamos esa alegría que nos desborda.

Poco importa que desde el apartamento hasta la playa haya que caminar bajo un sol abrasador media hora más de lo que decía el anuncio, que en el pueblo corten el agua a diario por la sequía y ya no se duerma con manta como antes, o que otras 40.000 personas más hayan decidido visitar el Museo del Louvre el mismo día que tú. Todo ello lo asumimos con un estoicismo, incluso una afabilidad, que, a las pruebas me remito, guardamos durante todo el año para no malgastarlos.

¿Se imaginan que alguien volviera al trabajo tras sus vacaciones y ante la pregunta obligada de sus compañeros, nos contara lo que se ha aburrido, sus discusiones con la familia o los amigos y nos enseñara las quemaduras del sol y el esguince que arrastra por culpa del pisotón que le dieron en el Louvre? Yo no sabría qué contestarle.

Si nuestra vida diaria está muy lejos de ser perfecta, ¿por qué nos esforzamos tanto en demostrar que nuestro veraneo sí lo es? No tener la presión de un despertador, de una rutina familiar que a veces nos asfixia o de unos compañeros que no elegimos es mucho, pero no lo es todo. Sin mentiras piadosas este mundo sería inhabitable, soy consciente, pero nos convendría no creérnoslas.