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Fabiola Hernández
Hubo una vez en que comprarse un Tesla te convertía en un ciudadano responsable y concienciado con el medio ambiente, y por qué no decirlo, te colocaba en el estatus de los consumidores chic que dejaron libre los iPhone cuando todo el mundo empezó a tener el suyo. Hubo un tiempo en el que los habitantes de un país democrático votaban pensando que sus líderes políticos trabajarían por los intereses de todos sin poner por delante los de sus negocios. Hubo un momento en el que mentir estaba feo y además era bastante ineficaz (o eso dice el refranero: la mentira tiene las patas muy cortas, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo…).

Todo esto ya pasó. Parece que hemos perdido el control de nuestros propios votos, que nos gusta que nos digan lo que queremos oír, aunque no sea verdad, y que las ventas de Tesla han experimentado un sensible descenso en Europa y EE.UU.  sin razón técnica aparente. Las cosas cambian y sin que sirva de precedente, nos han concedido un superpoder con el que no contábamos: el de consumidores. Ya en el año 2000, las exportaciones de las verduras y frutas de El Ejido cayeron en picado porque los adinerados europeos a los que se destinaban entendieron que los disturbios entre vecinos e inmigrantes de la ciudad eran una muestra de racismo al que no querían contribuir. 

Hace unos días, el todopoderoso Elon Musk ha empezado la retirada del gobierno de Trump porque su política económica, aderezada con su mala educación, los delirios de grandeza y las payasadas de ambos, han convertido la compra de un Tesla en un acto de apoyo a la ultraderecha zafia. 

En estos momentos en los que los ciudadanos nos vemos zarandeados por huracanes propios y ajenos sin clavo ardiendo al que agarrarnos, el mercado se ha convertido en un campo de batalla en el que nuestras compras son nuestra arma más poderosa. Trump da marcha atrás y pospone los aranceles, según él mismo, doblegado por los mercados. Aparte de los votos, los demócratas cuentan ahora con un nuevo poder: las compras.