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Corregir con arte.  Agradecer con cabeza y corazón Corregir con arte.  Agradecer con cabeza y corazón

Corregir con arte. Agradecer con cabeza y corazón

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José Iribas S. Boado

Ya me vas conociendo, pero prefiero avisártelo: no me gusta juzgar a nadie; juzgo conductas, no personas.

Y ya que hablamos de juzgar conductas: tras ello, a veces, corregimos… y lo hacemos sin arte.

Porque hay todo un arte en saber corregir. Y también en saber recibir la corrección.

Hoy quiero hablarte del ejercicio, a veces incómodo pero necesario, de decirle a otro que crees que se ha equivocado. O de que te lo digan a ti.

Primera idea: la crítica, si es verdadera, ha de ser un servicio al otro. Y como tal, requiere tacto, mesura y propósito de ayuda. No vale lanzar reproches a modo de dardos envenenados. Ni ahora, ni nunca.

La crítica se dirige a una conducta concreta, como te he dicho, no a la persona. No es lo mismo decir “esto que has hecho, ¿crees que podría mejorarse?” que soltar un “siempre metes la pata”. La primera frase es constructiva. La segunda es pura dinamita.

Segundo: el lugar y las circunstancias de la corrección. Porque no todo se puede decir en cualquier situación; ni en cualquier parte. Por ejemplo: la crítica pública hay que meditarla. A mi entender sólo procede cuando los terceros son legítimamente interesados en conocerla.

Tercero: la intención. Hay que corregir con intención clara de mejorar al otro, no de ganar una discusión.

Cuarto: el momento de la corrección. Si tienes que corregir conviene hacerlo pronto. El error reciente aún tiene margen de enmienda. O al menos, de aprendizaje. En todo caso, hay que encontrar el mejor “momento psicológico” del que habla mi madre: a veces, hacerlo cuando el otro está cansado o nervioso (o lo estás tú) no es lo ideal…

Por otra parte: si corregir requiere tino, recibir una corrección requiere madurez. Y eso escasea más de lo que debiera.

¿Te corrigen? Escucha. No te pongas a la defensiva. Agradece. Y piensa si hay algo de verdad que puedas aprovechar.

A veces esa crítica es justa. Otras, un poco exagerada. Otras, directamente injusta. También en eso hay escuela. Porque hasta una corrección injusta puede enseñarte. A ser más fuerte, más prudente. O a no convertirte tú en lo mismo.

En CampusHome solemos repetir en nuestras charlas a residentes universitarios que no hay crecimiento sin revisión. Como un violín, de vez en cuando hay que afinar. Y eso a veces tensa. Pero también mejora el sonido.

Por eso, quienes se esfuerzan en ayudarte a ser mejor persona (tus padres, maestros, amigos…) merecen respeto y, en muchas ocasiones, gratitud. Aunque, a veces, puedan no acertar del todo. Aunque a veces duela. Porque te quieren bien. Quizás hoy no te des cuenta, pero lo harás: “Cuando un hombre se da cuenta de que su padre tenía razón, ya tiene un hijo que cree que su padre está equivocado”.

Y, por cierto, si eres de los que no tolera una crítica, te diré lo que recomendaban los antiguos romanos: si no tienes un amigo que te diga tus defectos… paga a un enemigo para que lo haga.

No es mal consejo.