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Demasiado limpio...  y con la piel en guerra Demasiado limpio...  y con la piel en guerra

Demasiado limpio... y con la piel en guerra

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Joan Izquierdo

Lucía vino a la consulta preocupada. No por ella, sino por su hijo adolescente, que de la noche a la mañana había pasado de no saber dónde estaba el baño a convertirlo en su segundo hogar. “Desde que le huele más el sobaco, se ducha tres veces al día, se lava el pelo a diario, se restriega con esponja, gel de carbón activo y colonia por litros. Está obsesionado”. ¿El resultado? Piel irritada, roja, tirante. Como me dijo su madre con una mezcla de orgullo y desesperación: “el niño está limpio, pero se me está despellejando”.

Y es que confundimos limpieza con agresión. El exceso de higiene, especialmente cuando usamos productos con tensioactivos fuertes o jabones con mucho perfume, puede dañar la barrera cutánea. Esa capa que nos protege (hecha de lípidos, microbiota y sentido común) no está preparada para una guerra diaria a base de duchas hirviendo, jabones espumosos y exfoliaciones compulsivas. A veces parece que hay quien quiere dejarse la piel en sentido literal.

Hay muchas creencias populares sobre la higiene que conviene revisar. Algunas vienen de campañas de hace décadas, otras de publicidad, y otras de esa mezcla tan poderosa que es la tradición de pueblo más la tele. Como esa idea de que si un jabón hace mucha espuma, es mejor. O que si hueles a colonia fuerte, hueles a limpio. No siempre. Lo que huele es el perfume, no la higiene. Y muchos de esos perfumes están cargados de alcoholes que resecan la piel más que el cierzo de enero.

Tampoco es cierto que cuanto más te duches, menos olerás. Si agredes tu piel constantemente, es probable que termines sudando más, irritándote o incluso generando un desequilibrio en la flora cutánea que, paradójicamente, puede hacer que huelas peor. Lo mismo con el pelo: lavarlo todos los días con champús agresivos puede provocar que el cuero cabelludo se defienda generando más grasa, por eso es conveniente usar uno con pH neutro. Por eso luego nos preguntamos por qué parece que cuanto más lo cuidamos, peor está.

Otra escena habitual: la estantería del baño repleta de geles íntimos, toallitas especiales, jabones dermatológicos con olor a melocotón químico y desodorantes que prometen 72 horas de sequedad radical. No todo lo que huele bien es bueno para la piel. A veces, lo más respetuoso es lo que menos espuma hace y menos olor tiene. Ingredientes como el ácido láctico, el pantenol o la avena coloidal son grandes aliados. No hacen milagros, pero ayudan a calmar en vez de provocar.

Esto no va de no ducharse. Va de hacerlo con sentido y usando los productos adecuados. De entender que la piel es un órgano vivo, con una microbiota que hay que cuidar. Hoy, con todo al alcance, a veces perdemos el equilibrio entre el cuidado y el castigo.

Así que si en casa hay un adolescente que se ha declarado enemigo del sudor, acompáñale, sí, pero sin convertir el baño en una sala de desinfección. Ser limpio no es oler a colonia industrial, sino respetar el cuerpo que uno tiene, que ya bastante tiene con sobrevivir a los granos, los cambios hormonales y las clases de mates.