

¿Por qué a las personas nos cuesta admitir que nos hemos equivocado? ¿Por qué demonizamos el error en lugar de verlo como una oportunidad de aprendizaje?
Somos muy hábiles en ver los errores de los demás, los criticamos, nos quejamos e incluso los exponemos; sin embargo, cuando el error viene de la propia mano intentamos esconderlo. Si hay una persona que se salta las normas y eso nos afecta directamente, no dudamos en juzgar.
Las personas, al cometer errores solemos buscar excusas que nos justifiquen y un culpable que nos exima, por lo menos, de parte de la responsabilidad; cuando deberíamos aceptar tranquila y pausadamente que nos hemos equivocado y pedir disculpas. Pero la verdad es que no nos enseñan así, nos han enseñado a que si nos equivocamos vamos a recibir un castigo. En nuestra niñez esos castigos eran públicos y muchas veces buscaban la humillación ante los demás, que también “aprendían” con el ejemplo. Yo temía las clases de cálculo mental, si fallabas te ponían de pie para que toda la clase te viese, no me enseñaban cálculo, sólo me generaba una ansiedad atroz que me impedía siquiera escuchar la operación a resolver. Esa manera de enseñar a través del castigo, de la vergüenza y la culpa es muy responsable de cómo reaccionamos en la adultez a los errores. Así, intentábamos por todos los medios librarnos del castigo ocultando el error, mintiendo o culpabilizando a otra persona, si esto funcionaba evidentemente lo íbamos a repetir, pues reconocer un error significaba un castigo. Tal cual sucede en el mundo adulto.
Si además, a esta educación le sumas una personalidad perfeccionista, vas sumando puntos para ser la persona que peor gestiona el cometer un error. Si vivimos pensando que la valía personal se mide por la productividad y el logro, el cometer un error significa que soy un desastre y un fracaso, y nadie quiere sentirse así. Nadie nos ha enseñado que los errores son una parte intrínseca al aprendizaje y gracias a ellos, haciendo un análisis objetivo y realista, se potencia la capacidad de aprender.
Nos enseñaron a base de premios y castigos, lo que nos lleva a una constante necesidad de aprobación por parte del grupo de personas con el que convivimos o trabajamos; y no podemos condicionar toda nuestra vida, nuestras decisiones, a que nos quieran y nos admiren. Cometer un error nos lleva a sufrir altos niveles de ansiedad, tristeza o frustración, pero hay que aceptar que las personas de nuestro alrededor pueden enfadarse o sentirse decepcionadas, pero darse cuenta de que eso es sanísimo y muy liberador.
En la escuela de hoy en día se sigue manteniendo ese aprendizaje basado en el premio y el castigo. A nivel inmediato funciona, pero a largo plazo trae consecuencias emocionales negativas y un esquema muy pobre de motivación hacia el aprendizaje. Me surgen muchas dudas sobre esto y me genera una gran confusión al intentar comprender porqué tengo que llevar a mi hijo a un sistema en el que se funciona de una manera errónea. Se supone que en la escuela hay expertos en educación, que saben qué es lo mejor para que las niñas y los niños aprendan y, sin embargo, siguen empleando el conductismo como base de todo aprendizaje; y así nos va.
El genocidio en Gaza sigue, son ya 20.000 menores asesinados en el que se va a convertir en el genocidio más atroz de la historia de la humanidad. Niños y niñas que ya han recibido el peor castigo posible por el simple hecho de ser de Palestina. Como sociedad, hemos estado demasiado tiempo con la boca cerrada por miedo al castigo, pero ya se ha acabado. Netanyahu jamás admitirá que está equivocando. Desde aquí, testigos en directo de todo lo que está ocurriendo, tenemos que señalarle y gritar: ¡PALESTINA LIBRE!