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En la memoria En la memoria
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Isabel Marco

He conocido a muy pocas personas que han podido convivir con sus bisabuelas o bisabuelos. Yo no tuve esa suerte, de hecho a los 15 años ya no tenía abuelas ni abuelos a los que convoyar. Mi hijo puede decir que disfruta de sus dos abuelas y abuelos. Para nosotros es importante la convivencia con ellos y siempre que podemos visitamos a los que están más lejos. Quiero que mi hijo comprenda que es importante cuidarlos, estar con ellos todo lo posible y ayudarlos en lo que esté en nuestra mano, pues ellos han dado y dan, todo por nosotros.

Aunque se supone que ya deberíamos valernos por nosotros mismos, todavía somos muy dependientes, tanto para lo emocional como para la vida misma. En la actualidad se hacen súper necesarios, las horas en el día a día parecen acortarse y no da tiempo a que cundan lo que tienen que cundir; pero ellos siempre están a mano para ayudarnos. Por suerte nosotros tenemos a unos abuelos en la calle de al lado y nos apañamos la mar de bien. No falta el apoyo incondicional y el funcionar como núcleo familiar nos facilita la vida.

La abuela dice habitualmente: hago yo las comidas, que el crío se quede con nosotros mientras vas a eso, si vais a volver tarde del trabajo que se quede en casa, ya verás que cena más rica le preparo… En realidad siguen trabajando duro para facilitarnos la vida aún después de la jubilación; son cocineras, niñeros, chóferes, enfermeras y enfermeros, psicólogas y animadores de tiempo libre.

Mi hijo quiere mucho a sus abuelas y abuelos y, además de compartir gran parte de su tiempo con unos, disfruta yendo a visitar a los que viven más lejos y le emociona poder enseñarles sus novedades o contarles sus últimas aventuras de parque y colegio.

Además, conoció y convivió a temporadas, cuando era más pequeño, con una abuela que podría haber sido su bisabuela, se querían como si fuesen familia de sangre. Ella se despertaba de buen humor si lo hacía con su voz, y él disfrutaba al ayudarle a ponerse los audífonos. Hoy le enseñamos sus fotos y él consigue recordarla gracias a lo que nosotros le contamos.

Ayer a la hora de dormir, leímos un cuento en el que la protagonista tenía una bisabuela que estaba “un poco rara” porque olvidaba cosas e incluso a personas, pero siempre sabía que su biznieta era su biznieta. A mi hijo le emocionó y le removió algo por dentro. Sus ojos se llenaron de lágrimas y, no sé si identificando a su “Abuelita” en el pelo gris del dibujo, o esos olvidos en su abuelo, empezó a llorar sin consuelo. En cuanto pudo articular unas palabras preguntó si él tenía bisabuela; tuvimos que decirle que no y entre sollozos preguntaba: ¿Por qué?

Explicarle a un niño pequeño que no ha podido conocer a sus bisabuelas ni a sus bisabuelos porque murieron antes de que él naciera no es fácil. Es una pregunta que hace ya un tiempo que nos hizo, pero supongo que él crece y necesita explicaciones más complejas para asuntos complejos como este, supongo que comprender qué es la muerte no es algo que sea fácil; tampoco lo es para las personas adultas que lloramos a las que se van y a las que no están mientras en nuestras cabezas resuena la misma pregunta que en la de un niño de seis años: ¿Por qué?

Estos días se hacen difíciles cuando tienes a gente a la que añorar y parece que, prematuramente, ese sentimiento se despertó en mi hijo. Ayer asoció la muerte a no estar, a no conocer, a echar de menos y a la vejez reflejada en los dibujos e historia de un cuento infantil.

El consuelo fue hablarle de sus bisabuelas y sus bisabuelos y enseñarle las últimas fotos de ellos (sus primeras fotos digitales) que viajan en nuestra memoria y también en la del ordenador.