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Isabel Marco
Me levanto por las mañanas y al abrir la ventana puedo respirar aire puro, oír cómo cantan los pájaros y dejar que me acaricie el susurro del viento. Salgo de casa y hablo con mis vecinas y vecinos, nos hacemos favores, porque somos red de apoyo mutuo. Cuando voy a comprar puedo entrar en la tienda y con verdadero interés preguntar qué tal. Me fían si se me ha olvidado coger el monedero porque saben que mañana voy a volver. Me gusta ir a comprar a las tiendas del pueblo, esas que tienen nombre propio: a la Carmen, a la tienda de Elba, a la zapatería de Laura… no son clones, ni chats de ayuda al cliente, son personas que te atienden mostrando cariño e interés en cada una de las compras, que agradecen que entres en su tienda porque también supone darles apoyo y de esta forma se mantienen vivas y se sostiene la red rural con el servicio que nos dan.

Para salir por ahí no hace falta usar los móviles, que también lo hacemos, pero si un día quiero salir a tomar un café, seguro que me voy a encontrar a alguien con quien hablar y pasar un rato agradable. En el bar me preparan el café descafeinado con la leche fría en cuanto entro por la puerta, no hace falta que lo pida, y no se les olvida lo de la leche fría.

Si un día estoy enferma y no me puedo levantar, si tengo a mi hijo conmigo y no lo puedo atender, sé que con una llamada de teléfono, los abuelos están en la puerta de casa en menos de lo que canta un gallo, y es que aquí, las redes familiares estamos en contacto todos los días y casi a todas horas porque podemos, porque podemos estar cerca y ayudarnos cuando lo necesitamos y convivir si nos apetece y disfrutar de la compañía.

Por las tardes puedo salir a dar un paseo por el campo, disfrutar del respirar de las piedras nada más que me alejo cuatro pasos. Puedo buscar bichos, hojas de otoño y observar el vuelo ondulante de los estorninos al atardecer rojizo que anuncia cierzo al despertar.

Cuando salgo a hacer ejercicio, puedo estar tranquila porque suelo encontrarme con las mismas personas, es gente del pueblo a la que conozco y puedo saludar, puedo unirme al grupo que pasa o pararme a hablar con una amiga a la que acabo de encontrar.

Las distancias no son grandes, así que puedo ir caminando a casi cualquier sitio, puedo prescindir del coche. Puedo disfrutar de las calles sin mucho tráfico y sin humos, así contribuimos al cuidado de nuestro medio ambiente en la zona rural. También es más fácil ir en bici, aunque no necesitamos un carril, aquí todavía vamos por la calzada y los coches nos respetan.

Con mi hijo también es más fácil salir al parque y encontrar con quién jugar, o simplemente salir a la calle y entretenernos en la puerta de casa hablando con la gente que pasa y correr arriba y abajo porque si viene un coche, ya le dejaremos pasar. Dar la vuelta a la manzana en bicicleta y bajar la calle en cuesta a toda velocidad.

He decidido vivir en el entorno rural porque para mí es calidad de vida, sé que también hay muchas trabas y que tenemos carencias y necesidades que tardan en cubrirse más tiempo que si estuviese en una ciudad, pero no lo cambio por nada. Vivo en un pueblo porque quiero y lo hago convencida de que aquí voy a ser feliz.

Tengo la suerte de que con mi trabajo viajo a muchos pueblos de diferentes comunidades autónomas y me encanta observar qué similitudes y qué diferencias encuentro con el mío, conocer sus señas de identidad y comprobar la gran diversidad de pueblos que hay en nuestro país y la alegría de vivir que se respira en todos.

Estas son algunas de las razones que me han ayudado a saber que mi vida está en el pueblo, pero hay muchas otras, sal a tomar algo y te las cuento.

16 de noviembre, Día Universal del Orgullo Rural.