Síguenos
Presas fáciles Presas fáciles
banner click 236 banner 236
Isabel Marco

Seguro que has oído hablar de esas personas que en el argot actual se llaman influencers debido al alto alcance e influencia que tienen. Esas personas mandan mensajes a la sociedad, en concreto a las usuarias de las redes sociales, unos mensajes que actualmente parecen tener más importancia que la propia realidad. Con píldoras en formato audiovisual dicen a la gente las cosas que les gustan, sus rutinas, en definitiva muestran lo que quieren haciendo creer a sus fieles que esa es la forma correcta de vivir, así crean tendencia.

La gente suele ser fiel a esas modas y se apunta a realizar todo tipo de actividades, a incluir rutinas en sus vidas, a comprar determinados productos sin pararse a pensar cuánto hay de publicidad en esas enseñanzas o cuánto hay de verdad. Muchas veces, parece que son nuevos sacerdotes que desde sus púlpitos virtuales dicen a la gente cómo tienen que actuar, vestir e incluso pensar, o mejor dicho, dejar de pensar.

Existe en esta moda la idea de que lo material y lo superfluo, eso que nos da un placer inmediato, es a lo que debemos aspirar en la vida. De esta manera las personas que consumen y practican esta religión entienden que eso de dedicar tiempo a la lectura o al estudio, al esfuerzo en un determinado proyecto (por ejemplo), son cosas de frikis y lo desprecian. Desde una moralidad del todo cuestionable, hacen juicios de valor exponiendo sus ideas con un tinte populista que huele por todos los lados; lo dicen de tal manera que parece que se están defendiendo de un ataque de las personas que nos gusta emplear el tiempo en tareas más concienzudas: “No sois mejores personas por leer más libros”, dice una de estas influencers. Claro que no somos mejores, pero tampoco peores, simplemente practicamos ejercicio cerebral y aspiramos a la felicidad. Ella no quiere ser peor persona por no gustarle leer, pero no se da cuenta de que su argumento está mal planteado desde la primera premisa. No le gusta leer, pero en su casa exhibe libros que nunca se ha leído ni nunca se leerá, libros que compra en tiendas como Zara Home. Exponen ideas y opiniones como verdades absolutas y extienden la idea de que estudiar, leer, formarse… no sirve para nada.

Desde esta periferia lanzo el mensaje contrario, a sabiendas de que no soy ninguna influencer, recuerdo aquí un mensaje para todas aquellas personas que se quieran libres y con mayor capacidad de juicio y decisión: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Y no lo digo yo, que lo dijo Miguel de Cervantes, lleva siglos siendo uno de los mejores. Claro, que igual necesita un canal de Youtube o una cuenta en Instagram para que los jóvenes de hoy en día se acerquen un poco a su literatura.

Si nuestra capacidad de pensamiento y de imaginación se ven mermadas por malos hábitos, poco a poco, alimentando nuestro cerebro a base de vídeos de dos minutos, iremos teniendo menos capacidad de atención y seremos una sociedad incapaz de leer un libro. Si no somos capaces de leer un libro, nuestra capacidad crítica será nula puesto que son capacidades que van muy unidas. Cuando leemos, podemos reflexionar sobre lo que hemos leído, podemos incluso identificar la intención de la autora o el autor al escribirlo, podemos cuestionar y evaluar el contenido y, de esta forma, poder llegar a formar una opinión propia. Y aquí es donde está lo más interesante de todo esto, nos entrena en la capacidad de formar nuestra propia opinión, de poder discernir si nos están engañando con malas artes y poder argumentar tanto nuestras ideas como refutar aquellas con las que no estamos de acuerdo. De otra manera estamos a merced de unos pocos que quieren una sociedad sometida, cada vez menos libre. Buscan presas fáciles y saben que las personas que leemos somos peligrosas.