Síguenos
Isabel Marco

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Ahora, si eres de esas personas que tiene redes sociales, sabrás que el tesoro es acumular más amigos que billetes tiene Bill Gates. Así, hemos pasado de que nuestros amigos se puedan contar con los dedos de una mano a que dos mil nos parezcan una miseria. Somos animales avariciosos por naturaleza, siempre queremos más.

Todos sabemos que estos amigos virtuales no son tales; de muchos de ellos no sabemos ni su verdadero nombre, de otros solo hemos visto lo que muestra que come y de otros sabemos más de lo que nos gustaría.

Sin embargo, hay personas que se toman las redes sociales como si fuese la vida real, o peor, como si en redes todo estuviese amplificado exponencialmente: la diversión de sus vacaciones, la guapura de sus fotos, el entusiasmo por la victoria de su equipo y, por ende, la caradura para criticar, la poca vergüenza para faltar y la poca cortesía a la hora de iniciar una conversación.

Todos los días me escriben diferentes tipos de personas en redes sociales.

En general comentan mis fotos deseándome suerte, me animan a continuar con mis canciones, me dicen algún piropo… hay quienes se propasan, otras personas ponen a caldo el último artículo que escribí para este diario y las hay que me dicen que no me volverán a leer o que directamente me insultan.

Después están esas otras personas, que me escriben por privado con una temática similar y otras me escriben más a menudo que mi madre por WhatsApp. Existen personas que después de comentar en la foto y obtener una respuesta cortés, se crean la ilusión de que me conocen de la vida real; una ilusión alimentada por mis fotos y mis comentarios. Así, creen formar parte de mi vida y quieren que yo sea partícipe también de la suya, y acaban creyendo que somos amigos.

Después están esos que creen que están en una red de ligar y mandan piropos subidos de tono; siempre por privado, saludan e intentan mantener una conversación absurda que en todas las ocasiones quiere ir a parar al mismo sitio.

En estos casos, si  le corto mal porque se ofende y me suelta un “perdona si te he molestado, pero no te he dicho nada del otro mundo”; si soy cortés peor porque se crece y no tarda en pedirme una foto más privada. Si no contesto son infinitos. Así que sólo me queda una salida y es el bloqueo.

Vivimos media vida a través de una pantalla, vida que deja de ser nuestra para ser de la inmensidad de Internet.

Compartimos pedazos de nuestra existencia y absorbemos la de los demás imaginando que son vidas completas. Nos lo creemos tanto que vemos un par de post de fulanito o fulanita y pensamos que sabemos su vida entera, que son secretos que nos cuentan sólo a nosotros porque los vemos en soledad.

Sin embargo, no pensamos que, a pesar de que parece que en redes sociales se pone la vida al completo en un escaparate, solo se dejan ver medias mentiras. El resto lo completamos inconscientemente, como cuando llevábamos mascarillas que, dibujábamos la cara de esa persona de la que acabábamos de conocer y siempre lo hacíamos para bien. Eso mismo ocurre con las redes sociales, vemos fragmentos de vidas, mantenemos fragmentos de conversación y el resto, lo acaba por completar el cerebro y, generalmente, lo hace magnificando lo positivo.

Todas las vidas se ven perfectas y todo lo que se cuenta es personal; así se hace ver y no nos damos cuenta.

De esta manera se acaba sabiendo más de nosotros de lo que imaginamos y eso puede ser tan inofensivo como una conversación de un pesado por Instagram que cree conocerte y ser tu amigo, o tan fatal como para que conozca la suficiente información y que parezca que lo es.

Tejamos redes sociales, pero que no sean virtuales, que sirvan para mirarnos a los ojos, hablar de cerca, ayudarnos.

Necesitamos más verdad.