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Isabel Marco
Desde hace un tiempo que un familiar cercano está pasando una mala temporada y lleva alrededor de un año y medio entrando y saliendo del hospital por varias causas: operaciones, enfermedades cardiovasculares, enfermedad del aparato digestivo. Sí, la verdad es que su expediente tiene más páginas que El Quijote, pero lo más impactante es que estaba prácticamente limpio hasta que comenzó esta mala racha.

Cuando una persona está enferma y tiene que pasar largas temporadas en el hospital, no sólo está afectada ella, también las que están alrededor. Cada familia se adapta a esta situación como puede y, la verdad es que no es nada fácil, primero las personas que se quedan en el hospital acompañando y cuidando; las horas son larguísimas allí y se pierde la noción del tiempo y del espacio, se pierde comba en el trabajo, la calidad de la alimentación disminuye, el ánimo está por los suelos o en una montaña rusa, lo que hace que el estado emocional sea bastante inestable. 

Después están las personas que esperan en casa las noticias de los médicos, pendientes del teléfono constantemente, intentando hacer la vida más fácil a las personas que pasan los días en el hospital preparando comidas para que la dieta pueda salir del menú del día y del bocadillo, cuidando de las personas dependientes que hay en la familia e intentando llevar como pueden las nuevas cargas que asume ante la ausencia de la pareja. 

Un capítulo a parte lo merecen los niños que viven esa situación desde su mentalidad infantil y creándose una realidad más o menos dolorosa con la poca información que se les da desde el mundo adulto y la que pueden aarañar con esas antenas parabólicas que recogen información aunque no estén en la conversación. Una realidad que no comprenden muy bien pero que les crea una sensación de fragilidad en sus seres queridos y les hace plantearse preguntas. 

No vemos la muerte como un tema de conversación para según qué edades, pero en realidad, aunque nos cueste hablar de ello, les tranquiliza resolver sus dudas y saber que pueden hablar de lo que sea con sus adultos de referencia, pues aumenta la confianza y el vínculo con ellos y les da tranquilidad.

En este maremágnum me encuentro últimamente y, menos mal que en nuestro país tenemos un sistema de sanidad pública. Ahora bien, también debemos cuidarlo y hacerlo durar, valorar lo que tenemos para que no nos lo arrebaten.

Las facturas de la asistencia médica en países en los que no gozan de este sistema sanitario son una locura, creo que deberían mostrarnos en una factura a coste cero para nosotros, el dinero que cuesta cada vez que nos atiende el personal sanitario, de esta manera no nos dolería tanto eso de pagar impuestos; no nos costaba poner bote para irnos de botellón, pero sí nos cuesta trabajo pagar impuestos para que nos atiendan en el médico. Por ejemplo, en Estados Unidos te cobran por ir a urgencias y pasar menos de 24 horas de estancia en el hospital 41.000 dólares; 10.000 dólares por los análisis y el laboratorio, 4.400 por un cultivo, 12.000 por la atención en urgencias y así sucesivamente. 

¿Os imagináis tener que pagar 12.000 euros por ir a urgencias? Las mamás y papás primerizos que hacemos cincuenta visitas en el primer mes, estaríamos completamente arruinadas, no pondríamos vacunas ni iríamos a que nos recetasen el antibiótico para la gripe, diríamos: No pasa nada, estos mocos se le van en junio con el primer baño en la piscina.

Y ahora imaginemos que estamos en Gaza, allí ni pagando, allí el estado de Israel ha bombardeado los hospitales y buscar ayuda médica resulta una odisea. Sigo hablando, pues no seré cómplice guardando silencio.