No hace mucho me dijeron que tenía que tener otro hijo para no dejar solo al mío cuando mi pareja y yo estemos a tres metros bajo tierra. Esa idea me dio un escalofrío tremendo, primero al pensar en cuando ya no esté; la verdad es que no quiero precipitarme, así que alejaré esa idea de mi cabeza rápidamente. En segundo lugar, pensar en que mi hijo va a estar solo en su vida adulta me parece una afirmación demasiado osada. No me gusta la gente que suelta esas afirmaciones categóricas así de repente; de golpe y porrazo insinúan que estás cometiendo el peor error de tu vida y te cargan con la responsabilidad de que tu hijo se quede solo en un futuro y con la de tener que ser madre otra vez sin ni siquiera plantearse el porqué de la decisión de tener un solo hijo o hija. Suponer que mi hijo no tendrá familia cuando sea mayor es demasiado suponer, se quedará sin padres, pero espero que encuentre y elija a la o las personas que quiera que le acompañen en su vida.
También es cierto que nadie se libra de la sombra de la soledad acechando a la vuelta de la esquina, las circunstancias de vida pueden cambiar y llegado el momento quedarte sola, ser una de las más de dos millones de personas que hoy viven solas en nuestro país. De esos dos millones de personas habrá un porcentaje mínimo que elige la soledad como modo de vida, es completamente plausible y respetable si llevas el lema de “mejor sola que mal acompañada” por bandera. Si me detengo en esta idea me vienen a la cabeza una gran cantidad de mujeres que habrían necesitado agarrarse a ese lema cuando no se permitía la separación, y otra gran cantidad de ellas que no tienen los recursos económicos suficientes para separarse. Por otro lado está esa soledad no deseada que afecta no solo a la calidad de vida de quien la padece, sino también a su salud y su dignidad; más aún cuando las personas afectadas son personas mayores. A pesar de que una persona pueda ser capaz de vivir sola, muchas de estas personas no tienen nadie con quién hablar, nadie que les de un poco de cariño, que les mime en sus horas bajas.
Soledad es un sustantivo femenino, pero también un nombre propio y de mujer, y es que más del setenta por ciento de las personas que viven solas son mujeres de más de sesenta y cinco años. Mujeres que poco a poco van perdiendo movilidad, que llevan a sus espaldas alguna que otra enfermedad crónica y que además, no pueden contarle a nadie cómo están o cómo se sienten.
Esta soledad elegida es más anónima en las ciudades, pero con menores recursos en los pueblos pequeños. Sin embargo, quiero pensar que la red social de apoyo es más fácil de construir en los pueblos que en las ciudades. Allí la gente se esconde detrás de la puerta de su piso y se complica eso de hablar en el banco del parque o en la cola del supermercado cuando la gente que pasa a tu lado es desconocida. Uno de los problemas de los pueblos es que la red social en la que se tienen que apoyar las personas mayores es también mayor; las personas jóvenes migran a las ciudades en busca de trabajo, para formarse o para encontrar mejores recursos para su descendencia.
En Suiza, es ilegal tener una sola cobaya porque se considera maltrato animal tener solo una, ya que son seres sociales y se sienten solos. Solo espero que nadie considere maltrato el tener solo un hijo o una hija, solo espero que el mío tenga compañía en su vida adulta, aunque sea una pareja de cobayas.