

Clara siempre había tenido una ceja poblada, elegante y ligeramente arqueada, como de actriz del Hollywood clásico. Pero desde hace unos meses, algo no le cuadraba. Cada mañana, frente al espejo, necesitaba más lápiz para definirlas. Al principio pensó que eran cosas de la edad o del estrés (siempre aparece ese culpable universal), pero un día, tras una ducha, lo vio claro: el tercio externo de su ceja derecha se había esfumado. Desaparecido. Como si alguien le hubiese pasado la goma de borrar.
Y no, no es tan raro. Comentándolo con mis compañeros, cada vez se reciben más consultas preguntando por pérdida de pelo en las cejas. Algunos vienen preocupados por estética; otros, por pura intuición médica. Porque sí: unas cejas cada vez más finas pueden ser mucho más que una cuestión de imagen.
A esta pérdida se la llama madarosis, aunque suene a hechizo de Hogwarts. Y detrás pueden esconderse muchos culpables, algunos bastante serios.
Por ejemplo, la reina indiscutible de las sospechosas: la tiroides. El hipotiroidismo, que ralentiza todo en el cuerpo, también puede borrar cejas, especialmente en su parte externa. Si a eso le sumamos fatiga, piel seca o cambios de peso, tenemos un buen motivo para pedir una analítica. A veces ni siquiera hace falta que falte mucho pelo: basta con que la textura cambie o que el pelo se afine.
También hay enfermedades autoinmunes, como la alopecia areata, que pueden atacar directamente al folículo piloso de las cejas. Y otras como el lupus, la dermatitis o la psoriasis, que afectan indirectamente con inflamación o descamación. Por no hablar de desequilibrios hormonales tras el embarazo, durante la menopausia o incluso por el uso de anticonceptivos. Incluso ciertas carencias nutricionales, como la falta de hierro, zinc o biotina, pueden pasar factura. El cuerpo avisa como puede, y las cejas, a veces, son su altavoz.
Y luego están los hábitos que llevamos años normalizando. ¿Y si el culpable está en el neceser? Las modas de depilar hasta el extremo dejaron secuelas en más de una generación. La depilación continua puede lesionar el folículo. Y si el folículo se daña… se acabó la fiesta. Lo mismo pasa con ciertos tintes, permanentes de cejas o maquillajes agresivos que usamos sin leer la letra pequeña. Incluso dormir siempre del mismo lado puede hacer que una ceja sufra más que la otra. Detalles que, acumulados, dejan huella.
En algunos casos más extremos, incluso se da tricotilomanía, un trastorno en el que uno se arranca el pelo de forma compulsiva, a menudo sin darse cuenta. Aquí no bastan los sérums: hace falta ayuda profesional.
La buena noticia es que no todo está perdido. Existen tratamientos médicos —desde el minoxidil en baja concentración hasta corticoides tópicos o preparados con prostaglandinas—, según la causa. Y si el folículo ya ha dicho adiós para siempre, entran en juego las soluciones estéticas: microblading, micropigmentación o incluso injertos de cejas, cada vez más demandados. Pero eso sí: en manos expertas, que una ceja mal hecha puede cambiarlo todo… y no siempre para bien. No es lo mismo una ceja simétrica que una caricatura tatuada.
Mi consejo es sencillo: si notas que tus cejas adelgazan sin explicación, consulta. Puede ser la pista que necesitabas para descubrir un desequilibrio más profundo. O simplemente el aviso de que es hora de mimar un poco más esa zona olvidada entre la frente y los párpados.
Porque en esto, como en tantas cosas, lo importante no es solo lo que vemos… sino lo que deja de verse.
Y unas cejas bien cuidadas, créanme, pueden levantar más que una mirada.