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“Durmiendo con el enemigo: cuando tu reloj sabe más de ti que tú mismo” “Durmiendo con el enemigo: cuando tu reloj sabe más de ti que tú mismo”

“Durmiendo con el enemigo: cuando tu reloj sabe más de ti que tú mismo”

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Joan Izquierdo

Hace unas semanas, vino a consulta un paciente convencido de que tenía un grave trastorno del sueño. Llevaba semanas revisando las gráficas de su reloj inteligente y aseguraba que “su sueño profundo estaba fatal”. Dormía ocho horas, se levantaba descansado, sin ojeras ni bostezos, pero el reloj insistía: solo un 12 % de sueño profundo. “Doctor, ¡mi cerebro no se está reparando!” me dijo, casi angustiado, mientras me enseñaba el gráfico con más preocupación que si le hubiera salido el colesterol por las nubes.

Y ahí está el verdadero asunto de la cuestión: ¿estamos durmiendo peor o solo creyendo que dormimos peor porque el reloj nos lo dice?

Los relojes inteligentes y pulseras de actividad utilizan una combinación de sensores, principalmente acelerómetros, giroscopios y fotopletismografía (PPG), para estimar la calidad del sueño. En otras palabras: detectan cuánto te mueves, tu ritmo cardíaco y las variaciones en el flujo sanguíneo a través de la piel. A partir de esos datos, un algoritmo (que nadie fuera de la marca conoce) deduce si estás despierto, en sueño ligero, profundo o en fase REM. Digo “deduce” porque, a diferencia de una polisomnografía -el estudio clínico del sueño con electrodos cerebrales-, estos dispositivos no registran tu actividad cerebral, la única manera real de saber en qué fase del sueño estás.

El resultado es una estimación razonable, pero no exacta. En personas que duermen de un tirón, los relojes aciertan bastante. Pero en quienes tienen despertares breves, se mueven mucho o padecen insomnio, los algoritmos suelen confundir movimiento con vigilia y reposo con sueño profundo. De hecho, algunos estudios muestran márgenes de error del 30 % o más. Y aun así, muchos usuarios los consultan cada mañana con la solemnidad de quien mira un análisis de sangre.

Para entender mejor qué miden, conviene repasar las fases del sueño. En una noche típica, pasamos por ciclos que duran unos 90 minutos y se repiten varias veces:

Fase Nº1 (sueño ligero): ese momento entre despierto y dormido, cuando un ruido te despierta fácilmente.

Fase Nº2: ocupa la mayor parte de la noche y consolida la memoria y el aprendizaje.

Fase Nº3 (sueño profundo): aquí el cuerpo se repara, el cerebro limpia toxinas y la piel produce colágeno.

Fase REM: la del sueño vívido, donde soñamos y el cerebro procesa emociones.

Los relojes intentan etiquetar estos estados según el pulso y el movimiento, pero no siempre aciertan. Por ejemplo, en la fase REM el cuerpo está paralizado, pero el corazón late de forma irregular; un reloj puede confundir eso con sueño ligero o incluso vigilia.

El problema no es la tecnología en sí, sino la obsesión por medirlo todo. Lo que algunos llaman ya el “síndrome de la ortosomnia digital”: dormir mal por querer dormir bien. Gente que se acuesta nerviosa, revisa las métricas antes de dormir y se levanta frustrada porque el reloj dice que solo ha tenido “un 65 % de eficiencia del sueño”. Y claro, al día siguiente, más ansiedad, menos descanso, y vuelta al círculo vicioso.

La buena noticia es que mejorar la calidad del sueño sigue siendo mucho más fácil (y barato) que comprar otro reloj. La llamada higiene del sueño es el verdadero tratamiento milagroso: horarios regulares, evitar pantallas una hora antes de dormir, mantener la habitación fresca, cenar ligero, limitar la cafeína por la tarde y reservar la cama solo para dormir. Y, sobre todo, no convertir la noche en un examen.

Si te despiertas descansado, con energía y sin ganas de morder a nadie probablemente has dormido bien, aunque tu reloj diga lo contrario.

Así que mi consejo final es sencillo: escucha más a tu cuerpo y menos a lo que dice tu muñeca. Porque, a veces, el mejor sueño no es el que mide un algoritmo, sino el que simplemente te hace sentir bien al despertar.