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El bálsamo sin fin: cuando los labios piden algo más que cera El bálsamo sin fin: cuando los labios piden algo más que cera

El bálsamo sin fin: cuando los labios piden algo más que cera

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Joan Izquierdo

Estefania tenía un ritual digno de estudio: cada quince minutos, sacaba de su bolso un pequeño cilindro milagroso -su bálsamo labial- y se lo aplicaba con la devoción de quien hidrata un bonsái en el desierto. Lo hacía en el trabajo, en el coche, en el cine, incluso antes de dormir. Y, sin embargo, cada mañana se levantaba con los labios igual de secos. “No entiendo, bebo agua y uso bálsamo todo el día”, me decía. Pero lo que Estefania no sabía es que su “hidratación constante” era, paradójicamente, parte del problema.

La deshidratación labial crónica es mucho más común de lo que parece y no siempre se debe a una simple falta de agua. Los labios, a diferencia del resto de la piel, carecen de glándulas sebáceas y sudoríparas, es decir, no producen su propia grasa protectora ni pueden mantener su humedad de manera natural. Además, su capa córnea (la parte más externa de la piel) es extremadamente fina y su estructura epitelial está compuesta por células queratinizadas poco compactas. Esa delicadeza, que les da su color rosado y su sensibilidad, también los hace vulnerables al frío, al sol, a los cambios de humedad y, sí, a los bálsamos mal elegidos.

Entre las causas más frecuentes encontramos los productos irritantes. Muchos cosméticos labiales -incluso algunos “hidratantes”- contienen mentol, alcanfor, eucalipto o fragancias que generan una falsa sensación de frescor mientras alteran la barrera cutánea. Es como invitar a un bombero a apagar un fuego con gasolina aromática. A corto plazo alivian, pero a largo plazo empeoran la sequedad y perpetúan el ciclo de aplicación constante.

Otra causa habitual es el hábito de lamerse los labios. La saliva contiene enzimas digestivas (amilasa y lipasa) que, aunque son excelentes para descomponer alimentos, no son precisamente amigas del epitelio labial. Al evaporarse, la saliva deja la superficie aún más seca. Es un círculo vicioso: los labios se secan, los humedecemos, se agrietan, y vuelta a empezar.

El clima seco o ventoso, tan típico de nuestra querida provincia de Teruel en invierno, también juega su papel. El aire frío reduce la humedad ambiental y favorece la pérdida de agua transepidérmica. Si a eso le sumamos calefacciones potentes o exposición solar sin protección, el resultado es un cóctel perfecto para la descamación y las grietas.

Y no hay que olvidar los déficits nutricionales, especialmente de vitaminas del grupo B, hierro y zinc. La mucosa labial es un tejido que se regenera con rapidez, pero necesita los ladrillos adecuados para hacerlo. Un déficit mantenido puede traducirse en queilitis persistente, comisuras agrietadas o descamación crónica.

Entonces, ¿qué hacer cuando los labios parecen un terreno árido? Lo primero es revisar el bálsamo. Busca productos con ceras naturales (abeja, candelilla, carnauba), mantecas vegetales (karité, cacao) y aceites suaves (jojoba, almendra, ricino). Evita el mentol y los perfumes. Si un producto te “pica” o te da sensación de frescor, probablemente no está hidratando, sino irritando.

En segundo lugar, hidrátate desde dentro. No hace falta beber cinco litros de agua, pero sí mantener una ingesta adecuada y acompañarla de frutas y verduras frescas. También conviene proteger los labios del sol con un protector labial con SPF, incluso en invierno.

Por la noche, una buena estrategia es aplicar una capa generosa de bálsamo oclusivo (tipo pomada) para evitar la evaporación del agua mientras dormimos. Y, si hay descamación, se puede realizar una exfoliación suave una vez por semana.

Finalmente, si pese a todo la sequedad persiste o aparecen grietas dolorosas, descamación crónica o enrojecimiento, conviene consultar. A veces detrás hay una queilitis por contacto, una dermatitis perioral o un déficit nutricional real que merece un abordaje médico.

En resumen: los labios no piden milagros, solo sentido común. No necesitan estar bañados en bálsamo cada diez minutos, sino protegidos, nutridos y respetados. Así que la próxima vez que sientas que tus labios están secos, en lugar de sacar el bálsamo como reflejo, piensa si realmente necesitan cera… o una tregua.

Y recuerda: si tus labios hablan, que sea para sonreír, no para pedir auxilio.