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Uñas de terror Uñas de terror
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Joan Izquierdo
El otro día entró en mi consulta una paciente con las manos envueltas en tiritas. Se sentó, suspiró y dijo: “Doctor, creo que me he peleado con mis cutículas y me las he destrozado”. No era exageración: había intentado hacerse la manicura en casa, armada con un kit comprado por internet, y había terminado con los dedos como si hubiera pasado una tarde jugando con un erizo. El entusiasmo por el “yo mismo me lo hago que lo vi en internet” le salió caro.

Lo cierto es que la escena me recordó lo poco que hablamos de las uñas. No solemos darles importancia hasta que duelen, se rompen o se infectan. Y sin embargo, son más que un adorno: nos protegen, reflejan nuestra salud y, bien cuidadas, pueden ser tan elegantes como cualquier joya.

La cutícula: esa gran incomprendida

Mucha gente cree que la cutícula es un estorbo estético, un bulto que tapa el brillo de la manicura perfecta. Nada más lejos. Su función es proteger la raíz de la uña de bacterias y hongos. Cortarla o arrancarla abre la puerta a infecciones dolorosas que terminan en la consulta… o en antibióticos. Lo ideal es hidratarla a diario, suavizarla con aceites o cremas y, si molesta, retirarla suavemente con una herramienta especifica. Tijeras y alicates no deberían formar parte de la ecuación doméstica.

Las uñas son primas hermanas del cabello: ambas están hechas de queratina. Su estado depende en gran parte de la alimentación y del cuidado externo. Una dieta con proteínas, hierro y vitaminas del grupo B se traduce en uñas más firmes. En cambio, el exceso de agua, detergentes y jabones agresivos las reseca y vuelve quebradizas. De ahí la importancia de los guantes para fregar o limpiar.

Conviene también darles un respiro del esmalte: una semana al mes sin pintar deja que “respiren” y evita que amarilleen. Y al limarlas, siempre en una sola dirección, sin serruchos improvisados.

Lo que conviene evitar

-Morderse las uñas: convierte la boca en un zoológico de microbios.
-Abusar de la acetona: reseca y debilita.
-Colocar uñas postizas sin higiene: caldo de cultivo para hongos.
-Ignorar señales de alarma: cambios de color, dolor o estrías profundas requieren consulta.
Hace poco, un paciente llegó convencido de que tenía un “hongo rebelde” porque su uña estaba amarilla. Tras un rato de conversación y una prueba muy sencilla, descubrimos la causa: restos de esmalte de hace semanas. A veces el mayor enemigo no es un microorganismo, sino la pereza.

Consejos para el día a día

1. Hidratar cutículas cada noche con crema o aceite.
2. Usar guantes con productos de limpieza.
3. Limar sin prisas y en una sola dirección.
4. Dejar las uñas sin esmalte periódicamente.
5. Mantener una dieta equilibrada.
6. Consultar al médico si aparecen dolor, inflamación o cambios sospechosos.

En conclusión, las uñas no necesitan tratamientos muy complicados, sino constancia y sentido común. Son un espejo de nuestra salud y, cuando se cuidan, hablan bien de nosotros sin necesidad de palabras. La próxima vez que alguien piense en declararle la guerra a sus cutículas, que recuerde a mi paciente de los dedos vendados: a veces, la mejor arma es una simple gota de crema.