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El Arbolón El Arbolón
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Isabel Marco
Siempre se ha dicho que en esta vida todo el mundo debe escribir un libro, plantar un árbol y tener descendencia. No es que yo esté de acuerdo con esta frase, ni mucho menos, que cada cual haga con su vida lo que desee, faltaría más; pero sí que he estado pensando en lo bonito que es ver crecer algo o alguien a quién has ayudado a existir. Yo estoy muy feliz de haber sido madre y también de haber plantado más de un árbol y de ser madrina de niños y árboles. Todos seguirán creciendo cuando yo ya no esté, o por lo menos la lógica eso me dice. Yo espero hacerme de más de cien años para poder ver con estos ojicos cómo crecen, poder ver las decisiones que mi hijo toma en su vida y poder observar, mientras tanto, el tamaño del árbol que un día planté y del que hoy mi hijo puede comer sus frutos y refugiarse del sol del verano o esconderse en las partidas del escondite en cualquier momento del año y, por qué no, cómo lo hacen mis nietos o nietas si llego a tener algún día.

Yo quiero hacerme de cien años, y ser como esos longevos árboles que son valorados por su singularidad y su valor histórico. No es fácil superar el siglo de vida, y menos si eres árbol en estos tiempos que corren, no se andan con chiquitas a la hora de talar para que no “molesten”. Estos árboles, resistentes a la adversidad y al paso del tiempo, se convierten en símbolos del lugar en que habitan, son referente de sus gentes; y no sólo eso, es que también son reservorios de biodiversidad y marcan ecosistemas, en ellos se refugian aves y otros animales para los que son un mundo entero. Tantos años conviven con las personas que les rodean que son objeto de leyendas y de mil vivencias a su alrededor, cada persona tiene más de una anécdota que contar al cobijo de su sombra. 

Toda la población que goza de su presencia los quiere proteger y los cuida como parte de su hogar y además nos pueden contar su historia, que también es la nuestra, aportando información sobre la climatología pasada e incluso la resistencia de algunas especies.

Son cien años de vida irreemplazable en la que han dado vida en forma de oxígeno a las personas que los rodean creando lazos intergeneracionales al conectar el pasado con el futuro.

Desde la ventana de sus abuelos, mi hijo veía un árbol centenario. El Arbolón lo llamaban su abuela y él, un plátano verdaderamente alto y casa para muchas pequeñas aves que intentaban contar cada día, los gorriones, las palomas y los estorninos con sus murmuraciones hoy tendrán que buscar otro hogar. La próxima vez que mi hijo mire por esa ventana, notará su ausencia y quizá alguna lágrima resbale por su mejilla al ver que han matado a ese fiel compañero incansable invierno tras invierno. Ni informes ni protestas han servido para quienes se lo hayan llevado por delante. Un árbol vigoroso, fuerte y resistente; un árbol estable al que hirieron como rabieta ante la imposibilidad de quitarlo de delante. 

Cien años que hoy han sido arrasados bajo el disimulo de la poda anual de los árboles del pueblo. Meses después de que todos los vecinos pensásemos que se había salvado, cuando ya todo el mundo estaba tranquilo, lo han matado encubriendo los preparativos bajo señales de obras públicas, lo han matado en el silencio de las primeras horas de la mañana, mientras el pueblo iba tranquilo a trabajar ajeno a estas malas artes.

Los motivos, podemos suponerlos, los argumentos no sirven a la ciudadanía que veíamos año a año cómo El Arbolón nos acompañaba en nuestras vidas.

Se supone que esos procesos requieren de permisos especiales y estrictas regulaciones legales, no se puede talar así como así, las sanciones pueden ser muy severas cuando se tala un árbol centenario sin los permisos adecuados. Con ellos o sin ellos, ya no veremos la calle como la veíamos antes, ya nunca nos dirá si hace viento, ya no veremos más murmuraciones a su alrededor. 

Todo esto sucedía este viernes gris, en Alagón, provincia de Zaragoza. Mi hijo lloraba desconsolado la ausencia del Arbolón y a sus seis años se preguntaba ¿los políticos no deberían estar para hacer cosas buenas? Yo también me lo pregunto casi a diario.