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El cúter El cúter
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Soy de la generación que tuvo un 286, jugó a los marcianitos con la Spectrum y lloró por las esquinas por no tener dinero para comprarse un Mini Disk, aquello que iba a revolucionar el mundo de la música y que ya nadie recuerda.

Soy de la generación que lo flipó en colores cuando salieron los reloj-calculadora y no te digo nada sobre lo alucinante que fue mandar el primer SMS o descubrir lo que era internet.

Y como todo esto corre que es una barbaridad, pertenezco ahora a un mundo que se ha echado en brazos del Big Data, ese oro molido para las empresas que ya saben cuál es mi champú favorito, dónde planeo irme en Nochevieja o cuál es mi comportamiento en una tienda de ropa.

Pero de todo lo que pasa en este mundo, lo que más me alucina/flipa/sorprende es que hoy, cuando ya hasta los turistas van al espacio, todavía se haga lo de los cartones de las cajas de medicinas.

Vas al médico, te receta lo que sea y un segundo después ya puedes presentarte en la farmacia para pedir el producto. Porque todo esta ultraconectado.

Y aún así, asisto estupefacto al momento en el que el que te atiende saca un cúter del bolsillo y recorta el cartoncito con el código de barras. Y se me ponen los pelos como escarpias cuando lo pega, con un trocito de celo, en un folio.

¿Para qué se necesita pegar el cartón si antes le han pasado un lector al código de barras y se supone que la información ya está almacenada y se puede enviar a la institución de turno? ¿Dónde van esos folios? ¿Alguien los recibe y los repasa, uno a uno, para comprobar que todo está bien? Si es así, debe de haber miles de oscuros funcionarios, porque hay muchas farmacias y mucha venta.

Algo se me escapa en esta asunto y cuando tengo el día malpensado imagino una conspiración de las empresas que fabrican el celo y los cúteres para no entrar en bancarrota. No le encuentro otra.

Por cierto. ¿Nada tiene que decir riesgos laborales? Menos mal que no estudié farmacia porque si no, a estas alturas, sufriría amputaciones en todos los dedos de mis manos. Andar todo el día recortando cartoncitos con ese arma tan peligrosa debería ser profesión de riesgo y recompensado con un elevado plus de peligrosidad.

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