

El otro día, una paciente me contaba divertida que había salido de la tienda sintiéndose como una auténtica influencer: por fin se había comprado ese frasco diminuto, de cristal elegante y con cuentagotas, que veía en todas partes. “Seguro que esto me deja la piel perfecta”, pensó. Dos semanas después, me confesaba que estaba algo frustrada: se lo aplicaba cuando se acordaba, a veces antes, a veces después de la crema, incluso encima del maquillaje… y no notaba nada. ¿Le habían vendido humo? No del todo. Simplemente, nadie le explicó qué demonios es un sérum ni cómo se usa.
Empecemos por lo básico: un sérum es un cosmético con alta concentración de principios activos diseñado para tratar necesidades específicas de la piel. Su textura es ligera, casi siempre en gel o líquido, lo que permite que penetre con mayor facilidad que una crema. Mientras que la crema hidrata, protege y hace de barrera frente a las agresiones externas, el sérum actúa como la parte realmente “terapéutica” de la rutina: ahí es donde debemos fijarnos en qué activos contiene y para qué sirven.
Y es que la diferencia fundamental entre ambos está en la misión. La crema es la encargada de mantener la piel confortable, hidratada y protegida. El sérum, en cambio, es el que lleva el mensaje específico: “aquí tienes vitamina C para ganar luminosidad”, “toma ácido hialurónico para hidratar en profundidad”, “recibe este retinol para estimular la renovación celular”. Por eso, en consulta suelo repetir: de toda la rutina, el sérum es la parte del tratamiento, donde más debemos fijarnos en los principios activos.
Ahora bien, ¿cómo elegir uno sin perderse en la jungla cosmética? Algunas pistas:
Vitamina C: indicada para pieles apagadas que buscan luminosidad.
Ácido hialurónico: excelente aliado de la hidratación sin sensación grasa.
Retinol: ideal para mejorar arrugas y textura, siempre de forma progresiva.
Niacinamida: útil en pieles con tendencia acneica, rojeces o exceso de grasa.
Antioxidantes: recomendables para quienes se enfrentan a estrés, polución o envejecimiento prematuro.
La clave está en elegir según la necesidad real de tu piel, no según lo que se haya puesto de moda en redes sociales. Que tu amiga o tu influencer favorita lo use no significa que a ti te vaya a funcionar igual.
En cuanto a la forma de uso, conviene no improvisar. El sérum se aplica siempre sobre la piel limpia, antes de la crema. No encima del maquillaje ni como “retoque exprés”. Bastan unas pocas gotas, distribuidas suavemente con las yemas de los dedos. Aquí menos es más: no hace falta empapar la cara. Y conviene recordar que algunos activos, como el retinol, se reservan para la noche.
Las modas cosméticas nos venden sérums con oro, piedras preciosas o ingredientes exóticos, como si fueran pócimas mágicas.
La realidad es mucho más sencilla: un buen sérum, bien elegido y usado con constancia, puede marcar una gran diferencia en la salud y el aspecto de tu piel.
Para no complicarnos, aquí va una mini guía para empezar:
1. Escucha a tu piel: define qué necesita (hidratar, dar luminosidad, mejorar arrugas…).
2. Elige un activo adecuado para esa necesidad.
3. Aplícalo tras la limpieza y antes de la crema.
4. Usa poca cantidad, pero cada día.
5. Ten paciencia: los resultados no se miden en selfies inmediatos, sino en semanas.
Así que, la próxima vez que tengas ese frasco con cuentagotas en la mano, recuerda: no es un capricho, es el auténtico tratamiento de tu rutina facial.