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El valor de un trofeo… y de mucho más El valor de un trofeo… y de mucho más

El valor de un trofeo… y de mucho más

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José Iribas S. Boado

Hay días -seamos francos- en los que uno está para escribir un artículo. Y otros en los que no. Hoy, que es de esos segundos, cedo la palabra a Yago.

Yago es un niño de apenas 7 años que juega al golf. Y de él no habríamos sabido nada (más allá de que ganó un trofeo) si no fuera por lo que ocurrió después.

Hace unos años, con su letra infantil, escribió a la Federación para pedir que le retiraran el trofeo que acababa de recibir: “para que se lo deis a mis compañeros que se lo merecen”. ¿Qué había pasado? Muy sencillo: al llegar a casa descubrió que el jurado se había equivocado en el recuento de golpes.

Un chaval de 7 años devolviendo un premio. Piénsalo un momento: Anatole France decía que no hacía falta que los buenos ejemplos fueran reales, bastaba con que fueran ejemplares. Yo no estoy muy de acuerdo: lo de Yago fue real y ejemplar. Y fue, además, justo y honrado.

Una carta para enmarcar: Imagino a Yago dándose cuenta del error. El disgusto. La tentación de callar y guardar silencio. El miedo a que alguien pensara que había hecho trampa. El padre, sabio, le dejó decidir: podía no decir nada o cumplir con las reglas y notificarlo. Y Yago se fue, pensativo, y volvió poco después con la respuesta clara: renunciaba al trofeo.

No quería que se enterara su madre… y al final lo supo ella, lo supimos todos. Por los medios de comunicación. Y qué orgullo debió de sentir esa madre al leer la carta de su hijo. Orgullo del bueno, del que nace de saber que lo importante no son los golpes del campo de golf, sino los valores que se practican dentro y fuera de él.

El ejemplo que educa: Decía Franklin que “la verdad, la sinceridad y la integridad son de mayor importancia para la felicidad en la vida”. Y yo creo que esa familia tiene razones de sobra para ser feliz. Porque un hijo que aprende a ser íntegro a los 7 años, crecerá sabiendo que un triunfo manchado no es triunfo, sino engaño.

Permíteme añadir otra historia breve. Un padre compraba entradas en un parque de atracciones para él y sus cinco hijos. La taquillera le dio un pase y cinco tickets infantiles. Entonces el hombre señaló al mayor y dijo: “Este cumplió 14 ayer”.

La mujer, sorprendida, le contestó: “Si no me lo hubiera dicho, habría colado”.

Pero el padre sabía que a quien no habría colado es a sus hijos. Ni a su propia conciencia. Prefirió pagar cinco euros más, pero dar la mejor lección: que la integridad vale mucho más que el dinero.

Valores que permanecen: A fin de cuentas, tanto en la carta de Yago como en la decisión de ese padre hay un hilo común: la educación en valores. No con discursos, sino con ejemplo.

En CampusHome solemos decir que lo más valioso que se transmite no es lo que se enseña con palabras, sino lo que se demuestra con actos.

Y es que lo que marca de verdad no es lo que dices… sino lo que haces.

Y conviene recordarlo: como apuntaba Quevedo, “sólo el necio confunde valor con precio”.