

Vamos a empezar hablando de un lepidóptero. Sí, de una mariposa.
No sé si conoces la historia. Un caminante, al pasar junto a un árbol, se topó con un capullo. Observó cómo la mariposa que estaba dentro se esforzaba una y otra vez por salir a través de un pequeño orificio. El hombre, conmovido por la lucha inútil, decidió ayudar. Con la punta de su navaja agrandó la abertura y permitió que el insecto saliera con facilidad. Lo hizo… pero su cuerpo estaba hinchado y sus alas, pequeñas y arrugadas. Nunca voló.
Lo que aquel caminante bienintencionado ignoraba es que la mariposa necesitaba esa lucha, ese esfuerzo, para enviar fluidos a sus alas y poder desplegarlas. El trabajo de atravesar el capullo era precisamente lo que le daría la fuerza para volar.
Mientras escribo esto, recuerdo a mi madre cuando de crío le decía que iba a hacer deporte: “Hijo mío, no te canses mucho”. Yo, con la ironía de la edad, solía contestarle: “Tú, como la madre del piloto: vuela despacio y bajito”. Hoy, con hijos y hasta con nietos, entiendo aquellas frases. Aunque creo que es mejor ahorrarlas.
El esfuerzo, la disciplina, la constancia… son palabras que parecen estar pasadas de moda. Y, sin embargo, la vida demuestra una y otra vez que no hay atajos. Se promete aprender inglés o chino “en siete días”. Se anuncian dietas milagrosas, fortunas exprés, felicidad instantánea. Como si fuera posible sortear la dificultad con solo apretar un botón. La realidad es bien distinta: lo que vale cuesta.
No estoy diciendo que el esfuerzo tenga que ser un sufrir por sufrir. Hablo de esa lucha que nos hace crecer, que nos permite sacar lo mejor de nosotros. El estudiante que persevera en un examen difícil; el trabajador que se prepara para dar lo mejor de sí en su empleo; los padres que, día tras día, sostienen a su familia con cariño y con tiempo, aunque lleguen cansados. También lo vemos en CampusHome, donde acompañamos a jóvenes universitarios: el esfuerzo compartido, en los estudios y en la vida, es lo que acaba dando alas de verdad.
Es curioso: nos pasamos media vida intentando que nuestros hijos no sufran, que no tropiecen, que todo les resulte fácil. Y sin darnos cuenta podemos robarles la oportunidad de crecer. Como al caminante de la mariposa. A veces la ayuda mal entendida se convierte en un perjuicio.
Conviene recordarlo: la lucha de hoy es la que da fuerza para el vuelo de mañana.
Me viene a la memoria un chiste que me contaba mi madre, con ese humor blanco de antes: alguien llama a una puerta y pregunta “¿Es aquí el concurso de vagos?”. Al oír que sí, responde: “Pues que me entren”.
El esfuerzo puede ser incómodo, cansado, incluso ingrato en apariencia. Pero es lo que nos forja, lo que nos hace libres. Una sociedad que solo busca el mínimo esfuerzo, que pretende todo inmediato y sin coste, es una sociedad que nunca podrá volar.
Por eso, cuando la vida te ponga delante un capullo -en el sentido literal o en el figurado-, no rehuyas la lucha. Respira hondo y sigue empujando. Porque son esas resistencias las que te darán alas.