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Déjame que te lleve hoy mar adentro con dos “productos” curiosos que nacen del océano y que encierran una enseñanza poderosa: las perlas y el ámbar gris.
Las perlas nacen así: un grano de arena, o una partícula extraña, entra en la ostra causando un daño. ¿Qué hace entonces el animal? No se lamenta. No convoca reuniones ni debate sobre responsabilidades. Reacciona. Y reacciona creando belleza: rodea el problema con capas de nácar hasta transformarlo en algo valioso. Donde hubo una posible herida, aparece una joya.
El ámbar gris, del que quizás hayas oído hablar en reportajes exóticos, tiene una historia parecida pero aún más desagradable de contar. También nace del malestar, pero esta vez dentro del intestino de un cachalote. Sí, has leído bien. El cachalote traga calamares enteros y sus afilados picos lastiman sus entrañas. Para protegerse, el animal genera una sustancia espesa que acaba vomitando y lo expulsa al mar. Al principio huele a rayos -en esto los científicos no se cortan-, pero con el tiempo ese material se seca, se transforma… y se convierte en uno de los ingredientes más caros de la perfumería.
Y aquí entra en escena Jalid al Sinani, un pescador humilde de Omán que heredó de su padre un viejo barco y pocas esperanzas. Un día, mientras recogía redes, notó un olor insoportable flotando en el agua. Lo normal habría sido alejarse. Pero tuvo curiosidad. Se acercó. Y lo que parecía basura marina era en realidad un bloque de 75 kilos de ámbar gris. Tres millones de dólares, valía. Le llegaron de la nada. Del vómito de una ballena, para ser exactos. Del horror… al tesoro.
Y ahora dime: ¿no nos ocurre también eso a nosotros?
A veces, la vida nos coloca dentro una piedra incómoda, un ataque inesperado, una situación injusta. A veces nos tragamos por necesidad -o por ingenuidad- cosas que no deberíamos haber tragado nunca. El mal, como el mal olor del ámbar fresco, desconcierta. Pero hay dos formas de reaccionar: dejar que nos pudra por dentro o transformarlo.
Tengo alguna persona que, en mi labor de acompañamiento personal y familiar, me viene con heridas emocionales, con mochila pesada, con miedos o decepciones. Y también, como tú, conozco a familias enteras que han pasado por golpes de la vida. El resultado no lo determina el problema, sino la respuesta. No juzgo. Hay quien convierte el dolor en cinismo… y quien lo convierte en madurez. Hay quien se victimiza… y quien aprende a acompañar mejor porque sabe lo que es caer. Hay quien se queda oliendo a rabia… y quien acaba dejando un perfume de fortaleza humana.
No se trata de negar el mal. Se trata de no perder la oportunidad que puede esconder para el bien. Como las ostras. Como los cachalotes. Como Jalid y aquel pestazo flotante que cambió su vida.
Así que, cuando llegue -porque llega- eso que duele, que rompe, que molesta, recuerda esta historia. Quizás no lo parezca al principio, pero también tú puedes transformar lo que te hiere en perla. O en ámbar gris.
Dependerá de lo que hagas con ello.
Y no hace falta hacerse a la mar para descubrirlo. Basta con decidir no rendirse.
Porque la vida, a veces, huele… pero sigue valiendo oro.

 
  
 