

Hoy te propongo una pregunta incómoda: ¿tu trabajo sostiene tu vida o se ha comido tu vida? Dicho sin rodeos: ¿estás rozando la adicción al trabajo -ese vicio elegante que se disfraza de mérito- o mantienes el timón firme?
Parte de la culpa es nuestra; parte viene del aire que respiramos. Se nos inocula consumismo en vena, y eso hay que pagarlo -no solo en euros-. Y, mientras… seguimos esperando horarios razonables y empresas que faciliten conciliar. Aquí siempre recuerdo a Nuria Chinchilla, del IESE: lleva años defendiendo que no haya que elegir entre trabajar bien y llegar a tiempo a casa. Ojalá su empeño cale más.
Déjame contarte una historia que leí hace tiempo: Un gran ejecutivo visitaba un puerto pequeño. Vio llegar a un pescador en una barca mínima, con el fondo lleno de piezas frescas.
¿Cuánto tardas en sacar esto? -preguntó el directivo.
Un rato -contestó el pescador.
¿Y por qué no te quedas más para capturar el doble?
Porque con esto vivo, como con los míos y charlo con mis amigos por la tarde.
El ejecutivo, entusiasmado, desplegó el plan ajeno al pescador: trabajar más, comprar otra barca, luego una flota, vender sin intermediarios, abrir mercado, mudarse a la capital, salir a bolsa. “En diez o doce años -remató- será usted millonario”.
¿Y después? -preguntó el pescador.
Después podrá retirarse a una casita junto al mar, pescar un poco, comer con su familia y pasar las tardes con los amigos.
¿Y no ve que eso ya lo tengo?
La escena me recuerda a Groucho Marx cuando decía al camarero: “Hoy no tengo tiempo para almorzar. Tráigame directamente la cuenta”. Demasiadas veces corremos como si la meta fuera la propia carrera. Y, al llegar, descubrimos que ya habíamos pasado por el lugar al que queríamos volver.
Conviene preguntarse por el precio real de ciertas metas: fortuna, cargo, brillo social. Walt Disney aconsejaba: “Pregúntate si lo que haces hoy te acerca al lugar en el que quieres estar mañana”. Y Freud, con su cara más severa, advertía que solemos usar “falsos raseros”: admiramos el poder, el éxito, la fama y el dinero, y despreciamos los valores que de verdad sostienen una vida.
No te propongo demonizar el trabajo -digno, personalizante y necesario-, sino ponerlo en su sitio. Algunas ideas prácticas para esta semana:
Fija una hora para cerrar el portátil; reserva, sin excusas, una comida en familia; llama a ese amigo al que nunca llamas; regálate media hora de paseo sin auriculares. El tiempo es la moneda con la que se paga lo importante.
Y recuerda: Fray Ejemplo vale más que cualquier discurso. Si quieres hijos felices, muéstrales que el valor de las cosas es distinto del precio. Que el “éxito” sin paz es un mal negocio.
Termino con un guiño. Tómalo con humor, pues va en esa clave: En el diván, un ejecutivo jadea:
-Doctor, soy workaholic.
-Trabajemos sobre eso -responde el psiquiatra.
Pero, esta vez, que el trabajo consista en recuperar tu vida. Porque para eso, precisamente, trabajamos. ¿O no?