Síguenos
El septiembre de nuestro pelo El septiembre de nuestro pelo

El septiembre de nuestro pelo

banner click 236 banner 236
Joan Izquierdo

“Doctor, desde que volví de las vacaciones, cada vez que me peino parece que haya adoptado un gato. ¡El baño se llena de pelos! ¿Será que me estoy quedando calva?”. Con esta mezcla de dramatismo y resignación entraba hace unas semanas Marta, 42 años, madre de dos y superviviente de un agosto entre piscina, sol y sombreros de paja. Su caso no es nada raro: cada septiembre, las consultas de tricología se llenan de pacientes que llegan con la misma queja, en distintas versiones y con el mismo temor de fondo. Porque, claro, una cosa es perder algún pelo de vez en cuando y otra muy distinta es ver mechones en la ducha, en la almohada y hasta en el teclado del ordenador. La buena noticia es que, en la mayoría de los casos, no se trata de calvicie, sino de un fenómeno tan natural como las hojas que caen de los árboles: el efluvio telógeno estacional.

Nuestro cabello, aunque lo veamos como algo estático, sigue un ciclo vital. Nace, crece, descansa y finalmente se cae para dejar paso a otro nuevo. La mayor parte de la melena (un 85-90 %) está en fase de crecimiento, pero cada día, de manera natural, perdemos entre 50 y 100 cabellos. Lo normal es que ni nos demos cuenta. El problema aparece cuando, de repente, la cifra se duplica. En otoño, el número de pelos caídos puede rondar los 200 diarios. Y claro, si uno los cuenta sobre la almohada tras una siesta, es normal que nos alarmemos. La explicación es sencilla: muchos folículos entran a la vez en fase de descanso y se preparan para renovarse. Como los árboles en septiembre, que sueltan lo que sobra para poder brotar con fuerza en primavera.

La caída estacional suele durar entre seis y doce semanas. El folículo no muere, simplemente se toma unas vacaciones diferidas. La densidad capilar se recupera sola y, en la gran mayoría de los casos, no hace falta hacer nada más que respirar hondo y tener un poco de paciencia.

Eso sí, hay medidas que pueden ayudar a sobrellevar la temporada. Una alimentación equilibrada, rica en hierro, zinc, vitamina D y proteínas, es siempre el mejor aliado del folículo. No hace falta lanzarse a un chuletón diario, pero tampoco pretender sobrevivir solo a base de café con leche y galletas. Conviene además mimar el cabello con champús suaves, evitar abusar de planchas y recogidos muy tirantes. En algunos casos, ciertos suplementos vitamínicos pueden ser útiles, pero no son obligatorios y desde luego no hacen milagros en tres días.

Ahora bien, no todo vale con el “ya se pasará”. Conviene consultar si la caída se prolonga más de tres meses, si empiezan a aparecer zonas claras donde el cuero cabelludo se ve más, si la cantidad de pelo que se pierde interfiere en la vida diaria o si se acompaña de otros síntomas como cansancio extremo, alteraciones en uñas o piel, o pérdida de peso inexplicable. En esos casos, el médico puede recomendar analíticas y descartar déficits nutricionales, alteraciones tiroideas u otros problemas que, disfrazados de caída estacional, necesitan un abordaje distinto.

Lo importante es normalizar el proceso. Así como nadie se alarma porque en otoño los árboles pierdan hojas, tampoco deberíamos dramatizar porque el pelo haga lo mismo. Es parte del ciclo natural. Lo que sí que tenemos que vigilar es la ansiedad que genera: para muchas personas, ver mechones de más en la ducha o en el peine supone un motivo de angustia. Y ahí es donde entra la explicación, la tranquilidad y, si hace falta, un toque de humor.

Marta, la paciente del principio, salió de la consulta con una mezcla de alivio y escepticismo. Dos meses después volvió con una sonrisa. Y es que, al final, de eso se trata: de entender que nuestro cabello tiene su propio calendario.