

Los números, atados a una silla, se movían como las telas de las banderas descoloridas, que parece van a hacerse jirones en cuanto apartemos la vista de ellas. Un 9 y un 0. En su silla de ruedas, con un vestido de lunares blancos, y más como testigo que como protagonista, como empequeñecida, por efecto de esos números gigantes y plateados, estaba ella. Solo un instante, cuando tocó soplar, y la rodearon sus nietos, se intuyó esa mujer generosa, alegre, luchadora y ahora abuela genial que cumplía 90 años.
Hoy en día podemos contemplar el atardecer más bonito y la guerra más cruenta. De modo, decía Gastón que piensas que todo está medio perdido. “Pero, no”. Y propone luchar por el bienestar desde la cocina. Él, Acurio, que dejó de hacer platos de diseño, para recuperar lo que le enseñaron sus papás. Quería dar voz a los que no la tenían: agricultores, pescadores… Convencido de que desde un restaurante se puede denunciar un mundo que no necesitamos, donde ya mueren más por obesidad que de hambre. Escribir es tropezarse con la realidad, apunta Jabois.
La sensación es amarga, como un golpe que te das cuando nadie mira y del que no te quejas por vergüenza. Pero sigue doliendo. A veces un compañero, otras el profesor. Una burla, unas risas… pero tú hablabas en serio, otra vez en fuera de juego. Hasta comprender que no hay pompas, decía Camba, que no sean fúnebres. Uno escribe, porque tiene una deuda, a veces, consigo mismo.
Así quiero escribir, con la franqueza de los que ya no callan más. Con la lección aprendida, cuando no se pronunciaba adecuado, sino justo. Por lo tuyos, con sus manos agrietadas. Escribir con cuidado, pero sin respeto al poder. A sabiendas de que uno no siempre tiene la razón, pero también de que eso es lo de menos. Escribir para hacer pensar, para cuestionar, escribir de lo que ya es “normal”. Escribir como una obligación, pero como una manera de vivir. Escribir y tener otra deuda; con quien te lee.
Los números, atados a una silla, se movían como las telas de las banderas descoloridas, que parece van a hacerse jirones en cuanto apartemos la vista de ellas. Un 9 y un 0. En su silla de ruedas, con un vestido de lunares blancos, y más como testigo que como protagonista, como empequeñecida, por efecto de esos números gigantes y plateados, estaba ella. Solo un instante, cuando tocó soplar, y la rodearon sus nietos, se intuyó esa mujer generosa, alegre, luchadora y ahora abuela genial que cumplía 90 años.
Hoy en día podemos contemplar el atardecer más bonito y la guerra más cruenta. De modo, decía Gastón que piensas que todo está medio perdido. “Pero, no”. Y propone luchar por el bienestar desde la cocina. Él, Acurio, que dejó de hacer platos de diseño, para recuperar lo que le enseñaron sus papás. Quería dar voz a los que no la tenían: agricultores, pescadores… Convencido de que desde un restaurante se puede denunciar un mundo que no necesitamos, donde ya mueren más por obesidad que de hambre. Escribir es tropezarse con la realidad, apunta Jabois.
La sensación es amarga, como un golpe que te das cuando nadie mira y del que no te quejas por vergüenza. Pero sigue doliendo. A veces un compañero, otras el profesor. Una burla, unas risas… pero tú hablabas en serio, otra vez en fuera de juego. Hasta comprender que no hay pompas, decía Camba, que no sean fúnebres. Uno escribe, porque tiene una deuda, a veces, consigo mismo.
Así quiero escribir, con la franqueza de los que ya no callan más. Con la lección aprendida, cuando no se pronunciaba adecuado, sino justo. Por lo tuyos, con sus manos agrietadas. Escribir con cuidado, pero sin respeto al poder. A sabiendas de que uno no siempre tiene la razón, pero también de que eso es lo de menos. Escribir para hacer pensar, para cuestionar, escribir de lo que ya es “normal”. Escribir como una obligación, pero como una manera de vivir. Escribir y tener otra deuda; con quien te lee.