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Ese lunar que nunca miras Ese lunar que nunca miras

Ese lunar que nunca miras

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Joan Izquierdo

-Yo eso no me lo miro. ¿Y si es algo malo?

La frase me la soltó Marisa, una mujer de 57 años, cuando estábamos hablando, sin querer, del verano, de la piscina y de lo que a uno le sale en la piel con los años. “Tengo un lunar en la espalda desde hace siglos. Como no me molesta, no me preocupo. Pero a veces pienso… y si me lo miro y es algo chungo, mejor no saberlo”.

Marisa no está sola. Muchísima gente piensa igual. El miedo paraliza más que la ignorancia. Y, sin embargo, lo que realmente da miedo no es mirarse el lunar, sino no haberlo hecho a tiempo.

En medicina, lo sabemos bien: hay cosas que, cogidas a tiempo, se curan casi al 100%. Pero si uno espera a que “moleste”, “duela” o “cambie mucho”, a veces ya es tarde. Y en el caso del cáncer de piel, esa diferencia de tiempo puede marcarlo todo. El problema es que los lunares malignos no suelen doler. No avisan. Y por eso hay que mirarlos antes de que lo hagan.

Uno de los mejores ejemplos es el melanoma, un tipo de cáncer de piel que suele empezar como un simple lunar. ¿Cómo se distingue de uno benigno? No hace falta ser dermatólogo, ni comprar un dermatoscopio por internet. Basta con aprender una regla sencilla que salva vidas: el ABCDE del melanoma.

• A de Asimetría: un lunar sospechoso no es redondito ni tiene forma uniforme. Si trazáramos una línea imaginaria por la mitad, las dos mitades no coincidirían.

• B de Bordes: los bordes irregulares, dentados, o que parecen difuminarse en la piel, pueden ser signo de alarma.

• C de Color: los lunares que tienen varios colores (negro, marrón, gris, rojizo...) merecen una revisión.

• D de Diámetro: más de 6 mm, más atención. No es una regla exacta, pero ayuda.

• E de Evolución: cualquier lunar que cambia en poco tiempo (crece, sangra, pica, se ulcera…) debe ser revisado, sin excepción.

La mayoría de los lunares que tenemos son normales, y el dermatólogo los puede valorar en cuestión de minutos. Hay incluso herramientas digitales que ayudan a hacer mapas corporales para el seguimiento. Pero lo esencial sigue siendo el ojo humano: el del especialista y el del propio paciente.

Por eso es tan importante el autoexamen, especialmente en personas con muchos lunares, piel muy clara, antecedentes familiares de cáncer de piel o quemaduras solares importantes. Una vez al mes, sin prisas, frente a un espejo y con buena luz. Se revisa el cuerpo entero (sí, entero), incluso con ayuda de otra persona para la espalda o zonas difíciles. Lo ideal es hacerlo siempre igual, como quien repasa una lista. Y si algo no convence… cita al dermatólogo.

Y aquí viene lo mejor: muchas veces, cuando uno va al médico, se lleva una alegría. Porque el 90% de lo que preocupa… no es nada. Pero ese 10% restante -ese lunar raro que parecía “de toda la vida”- puede ser detectado a tiempo, y el tratamiento precoz marca la diferencia.

No se trata de vivir con miedo ni de ir al dermatólogo cada semana. Se trata de conocerse. De dedicarle cinco minutos al mes a la piel, igual que uno se mira los dientes o se corta las uñas. Con normalidad. Con naturalidad.

Marisa, por cierto, acabó viniendo a consulta. El lunar era benigno. Pero salió aliviada, contenta. Y ahora, dice, se revisa los lunares como si fuera la alineación del Real Madrid. Por si acaso.

Porque lo verdaderamente peligroso no es mirar. Lo peligroso es no querer ver.