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Faustos Faustos
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Víctor Guiu

A lo largo de la historia de la literatura y el arte hay muchos ejemplos de personajes literarios que hacen algún pacto con el diablo buscando la belleza, la juventud divina, la virtud, el poder o el conocimiento… Un compromiso con el arte y la virtud más allá de un alma que se llevan los de siempre a un más allá cargado de luces y de buenismo. Bien es verdad que antes, al menos, cuando se vendía el alma, que pesa poco y en principio es barata porque todos contamos (dicen) con una, se vendía por algo importante: por una vida, por un cielo o un infierno que es este, el de hoy, el que habéis pasado con vuestras cosas insignificantes. La tierra y lo que uno hace por estos lares.
Buscar el virtuosismo, la perfección, el descubrimiento de lo que nadie sabe, de lo que nadie se imagina. Bien vale un alma, o varias. Aquí me tienes, Lucifer. Para lo que gustes. Grandes empresas por las que el ser humano ha luchado a través del conocimiento o la guerra, esperando un mundo al que aspiraba, aun a sabiendas de lo utópico que es aspirar a todo desde un solo cuerpo destinado a la muerte y el olvido. El ahora es un compraventa de baratillo. Vendemos el alma por nada, por cero. Vendemos el alma, junto con nuestros gustos y datos personales por unos cuantos chutes de dopamina y una adicción extrema a las redes y narcoexperiencias. Consiguieron desprestigiar la lucha de clases y así es todo más fácil. Consiguieron que hasta las izquierdas abrazaran los postulados neoliberales en educación e identidades. 
Y así nos corre el pelo. Una vez conseguido ese paso no será difícil pasar al siguiente. Cuando se nos implante un chip en la cabeza y el conocimiento sea tan fácil como una descarga. Pero nadie da nada sin un coste, qué se pensaban. Cuando podamos colgar parte de nuestros datos en la nube, nos creeremos tan dichosos que obviaremos que eso solo nos conducirá al esclavismo más atroz, a un matrix de pastillas rojas y azules. No hará falta que nos obliguen. Seremos nosotros, seres oscuros, imperfectos e imbéciles;  domesticados, incultos y fatídicamente estúpidos, los que pediremos a los magnates del nuevo esclavismo que queremos ser esclavos de un mundo sin nada más que consumo.