Vístanlo de seda o de satén. Cárguenlo de espejos, lentejuelas. Denle lustre, cuero y corazón, que allí donde vayan, recordarán siempre esta razón.
Porque la vida es un activo político. No hacer nada no entra dentro de mis principios. Y el no hacer nada, aunque les pese, es un hecho político, tan bueno, malo o lamentable como el intervenir, no intervenir, dudar, mentir o replicar.
Vivimos salpicados de desafección como si eso fuese la excusa perfecta para no asumir ninguna culpa. Como si apalabrar nuestra inacción absoluta fuese un detalle apolítico y virginal. Nada. Ya va dar igual. Han cambiado tanto los paradigmas que lo anormal ahora es tendencia y va a dar igual si recurres al sentido común o al rosario de la aurora. Qué más da. Está claro. No es momento. Nunca lo es. No eres de derechas ni de izquierdas pero solo ves contenido arcaico con velo de raso en las redes sociales; berbiquí (que según la RAE es un “manubrio semicircular que sirve para taladrar” y que no pinta nada aquí pero me jugué una caña a que lo metía en un artículo…).
“Ni de derechas ni de izquierdas” te lleva al grifo del agua fría. Lo sabes. Miras tus amistades y tus afinidades y resulta que usas la palabra “perroflauta” o “rojillo” con un sentido paternalista y ausente, como quien deja vivir, como quien habla de que yo tuve un amigo negro, otro marica y uno de dos que era subnormal.
Te vas y nos dejas. Nos abandonas. No va contigo lo de hoy ni lo de ayer. Tampoco lo de mañana. Desafección al cuadrado buscando tu mochila de regalos. Busca tu paguita, todos la tenemos. Tú no tienes la culpa. “Ande vas a parar”. La culpa es de la sociedad, del gobierno, de la vida, de la suegra o la autarquía. Qué más dará. No va contigo. Das tu chapa y asientes a mil analfabetos que te mandan mensajes por el móvil. Únete a la marea de la desafección.
Verás el nuevo día reflejarse en tu balcón. Sobre tu alfeizar una flor. La fachada anacarada y la verdad apagada de tus contactos. Ya te llegará. Solo espera. Todavía no han reparado en ti ni en tu soberbia de no pensar absolutamente en nada.
Porque la vida es un activo político. No hacer nada no entra dentro de mis principios. Y el no hacer nada, aunque les pese, es un hecho político, tan bueno, malo o lamentable como el intervenir, no intervenir, dudar, mentir o replicar.
Vivimos salpicados de desafección como si eso fuese la excusa perfecta para no asumir ninguna culpa. Como si apalabrar nuestra inacción absoluta fuese un detalle apolítico y virginal. Nada. Ya va dar igual. Han cambiado tanto los paradigmas que lo anormal ahora es tendencia y va a dar igual si recurres al sentido común o al rosario de la aurora. Qué más da. Está claro. No es momento. Nunca lo es. No eres de derechas ni de izquierdas pero solo ves contenido arcaico con velo de raso en las redes sociales; berbiquí (que según la RAE es un “manubrio semicircular que sirve para taladrar” y que no pinta nada aquí pero me jugué una caña a que lo metía en un artículo…).
“Ni de derechas ni de izquierdas” te lleva al grifo del agua fría. Lo sabes. Miras tus amistades y tus afinidades y resulta que usas la palabra “perroflauta” o “rojillo” con un sentido paternalista y ausente, como quien deja vivir, como quien habla de que yo tuve un amigo negro, otro marica y uno de dos que era subnormal.
Te vas y nos dejas. Nos abandonas. No va contigo lo de hoy ni lo de ayer. Tampoco lo de mañana. Desafección al cuadrado buscando tu mochila de regalos. Busca tu paguita, todos la tenemos. Tú no tienes la culpa. “Ande vas a parar”. La culpa es de la sociedad, del gobierno, de la vida, de la suegra o la autarquía. Qué más dará. No va contigo. Das tu chapa y asientes a mil analfabetos que te mandan mensajes por el móvil. Únete a la marea de la desafección.
Verás el nuevo día reflejarse en tu balcón. Sobre tu alfeizar una flor. La fachada anacarada y la verdad apagada de tus contactos. Ya te llegará. Solo espera. Todavía no han reparado en ti ni en tu soberbia de no pensar absolutamente en nada.
