

Fue mi amigo Jesús Escudero, ungido en su día como Marqués de Anduch, el que nos puso en canción con aquella frase de “en este bar no cabe más conocimiento por metro cuadrado”. Eran tiempos de echar cañas y charradas, compartir algún que otro chisme y preparar lifaras, encuentros y pequeñas travesuras al calor de la barra. Mi amigo Jesús anda un poco jodido estos meses y eso nos pone tristes a todos, por eso me ha dado por recordar ese bar genial donde han surgido libros, canciones, proyectos y versos.
A mi amigo Víctor el Karajan le decía el otro día antes de actuar que cada vez que subo a Alcorisa me parece que todavía vivo allí, y eso que han pasado casi veinte años. Al Muscari se va de propio, algo muy habitual en las tabernas consagradas por sus feligreses. A la parroquia del Muscari le apasiona el juego de las banquetas. No caben muchas y son muy solicitadas. El Roberto y la Mari podrían escribir varios libros con los dimes y diretes que han bebido y comido dentro de esas paredes. Pero como se suele decir, todo se queda en Las Vegas.
Era y es nido de cañas atemporales y una ración de “¿qué queréis chaticos?”. Cuando vivíamos encima de la librería de la Carmen lo teníamos a un paso. Antes estuvimos en la calle Baja, donde teníamos a una francesa sorda abajo y un plantero de macetas en la falsa.
Tenemos también nuestros caídos. Por ellos brindamos menos de lo que debiéramos. Y un club que hace tiempo que ya no se reúne pero que se consagró a la fiesta y al buen comer. No cambiaría un rato de charrada con el Rober por nada. De allí sacamos libros e investigaciones, contactamos con gente de todo pelaje. Bebíamos cuando estábamos contentos y cuando estábamos tristes. Tocamos el bombo del Cacique animando a la roja y nos pusimos cabezones muy de cuando en vez, aunque todo se olvidaba al día siguiente. Montamos viajes y excursiones. Hablábamos de historia y política. Allí vuelvo siempre que voy a mi otro pueblo, por ver si veo al Nito, al cura, a los Tatinos, a los Covarrubias, al Titano, a los Pollos, a los Magarines… Me dejo muchos, lo sé. En este nuevo mundo donde el bar va dejando paso a la nada de las redes, rindo tributo a ese sitio donde vuelvo a recordar cada paso que di con todos en mi memoria. ¡Brindo por vosotros!
A mi amigo Víctor el Karajan le decía el otro día antes de actuar que cada vez que subo a Alcorisa me parece que todavía vivo allí, y eso que han pasado casi veinte años. Al Muscari se va de propio, algo muy habitual en las tabernas consagradas por sus feligreses. A la parroquia del Muscari le apasiona el juego de las banquetas. No caben muchas y son muy solicitadas. El Roberto y la Mari podrían escribir varios libros con los dimes y diretes que han bebido y comido dentro de esas paredes. Pero como se suele decir, todo se queda en Las Vegas.
Era y es nido de cañas atemporales y una ración de “¿qué queréis chaticos?”. Cuando vivíamos encima de la librería de la Carmen lo teníamos a un paso. Antes estuvimos en la calle Baja, donde teníamos a una francesa sorda abajo y un plantero de macetas en la falsa.
Tenemos también nuestros caídos. Por ellos brindamos menos de lo que debiéramos. Y un club que hace tiempo que ya no se reúne pero que se consagró a la fiesta y al buen comer. No cambiaría un rato de charrada con el Rober por nada. De allí sacamos libros e investigaciones, contactamos con gente de todo pelaje. Bebíamos cuando estábamos contentos y cuando estábamos tristes. Tocamos el bombo del Cacique animando a la roja y nos pusimos cabezones muy de cuando en vez, aunque todo se olvidaba al día siguiente. Montamos viajes y excursiones. Hablábamos de historia y política. Allí vuelvo siempre que voy a mi otro pueblo, por ver si veo al Nito, al cura, a los Tatinos, a los Covarrubias, al Titano, a los Pollos, a los Magarines… Me dejo muchos, lo sé. En este nuevo mundo donde el bar va dejando paso a la nada de las redes, rindo tributo a ese sitio donde vuelvo a recordar cada paso que di con todos en mi memoria. ¡Brindo por vosotros!