Surfeando por la ola de la moda, me sumo a destripar el país con otra denominación. Así pues, apellido atónita a la España que asiste estoicamente a los disparates políticos con demasiada sobriedad y contrariedad, con un aire de pasotismo e incredulidad. Una España compuesta por hombres y mujeres; por llenos, vacíos y vaciados; por derechas e izquierdas; por listos y tontos, desde la lejanía, allí donde nadie nos encontraría por cerca que estemos, pues nadie de los que toma decisiones lleva idea de irnos a buscar.
La España rica es un niño llorón y consentido por sus padres. Le dan todo lo que pide. Cuanto más le dan peor acostumbrado está, no asumirá las frustraciones de la vida y más lejos se encontrará de sus hermanitos a los que odia, pues requiere toda la atención familiar. El resto asiste atónito ante un espectáculo lamentable que se repite década tras década. Solo la pataleta triunfa, aderezada si se puede con algún contenedor quemado y cuatro cortes de carretera. Cuanto más consienten al consentido, que nació así y siempre ha sido mozo viejo, más querrá.
La España Atónita, millones de ciudadanos normales y corrientes, de los que hacen lo que supuestamente deben hacer y asienten sin rechistar (a quien deberían rechistar), siguen confiando a su pesar en esos padres zafios que ponen buena cara pero tienen todas las papeletas para llegar al Planeta Colleja.
El niño llorón seguirá jodiéndote el trozo gordo de la tarta y, aún más curioso, hará entender a muchos amigos de tus padres que encima es tratado injustamente, que siendo más gordo y tocapelotas, necesita más tarta que tú. Me acuerdo de los robagallinas, esos a los que nadie perdonaba ni condonaba deudas y delitos. El niñato pudiente sigue campando. Mayores posibilidades de que los papis te perdonen o de huir, pues el niño tonto siempre tiene la razón.
La España Atónita sigue alucinando. Da igual quién gobierne, hay para todos. No me cabe ninguna duda que la culpa es de los padres, aunque si por algo se caracteriza la España Atónita es porque estamos hasta los cojones de nuestra sagrada familia.