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Soria Soria
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Víctor Guiu

Cuando tenía 30 años conocí a mi mujer. A esa edad ya había ido por la provincia de Soria una docena de veces o más. Algunas veces por trabajo y las más para ver lo clásico: Soria capital, San Saturio, Laguna Negra, El Burgo, etc....

Mi suegro era soriano, de Noviercas, y allí tienen una casa familiar. Alguno de mis amigos del pueblo me dicen que soy un soriano que está empadronado en Híjar, por las numerosas veces en las que, de repente, desaparezco y acudo allí durante semanas.

Siempre se ha dicho que uno es del pueblo de donde nace pero que acaba siendo del pueblo de su mujer. En mi caso no llegamos a tal exceso, salvo en verano, cuando el Bajo Martín marca las mayores temperaturas de España (un año, incluso, de Europa) y la gente que tenemos el termostato averíado debemos abandonar la sartén turolense o fallecer en el intento.

Cuando estás en Soria y más, viniendo de Teruel, las comparaciones afloran sin compasión. Vas desgranando lo mejor y lo peor de cada tierra, para darte cuenta que, Soria, como Teruel, es un lugar amplio, diverso. Poco tienen que ver las Vicarías con Tierra de Pinares, como poco tiene que ver Vinaceite con Moscardón.

La riqueza del paisaje está empapada además de la eterna cantinela de la despoblación. Y, en esto, lo que sirve para un sitio sirve para otro. La gente aprecia su tierra, el lugar donde nació, pero pocos están dispuestos a dar el paso de volver. Cada uno atiende a sus razones.

Cuando estoy en Soria soy yo el agostero, el forastero que va y espera que esté todo en orden mientras los de mantenimiento han dejado engrasado el Teleclub para que a mí, entre otros, no me falte cerveza fresca.

Las cortas semanas de verano las aprovecho para recorrerme la zona con la bici o coger el coche y marcharme a algún rincón por descubrir. Después de quince años, los rincones por descubrir se multiplican. Siempre hay alguien que te informa de algo que no puedes perderte.

Esta semana me toca Rello. Ya de paso cuesta poco cruzar a Guadalajara y comer en Atienza. Las fronteras de lo inimaginable te llevan a sitios imposibles a media hora larga de tu casa. Es de idiotas no levantar el culo y descubrirlos. Así que... ¡levántate y anda!