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Generosidad… con huevos Generosidad… con huevos

Generosidad… con huevos

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José Iribas S. Boado

Decía Sir Francis Bacon que un egoísta sería capaz de prender fuego a la casa del vecino con tal de freírse un huevo. Un poco exagerau, que dirían en mi pueblo; aunque no es mala la metáfora. Puestos a hablar de huevos, me acuerdo de una anécdota algo más sabrosa.

Andaba el rey Jorge III de Inglaterra por la campiña cuando, apretado por el hambre, decidió parar en un humilde mesón. Pidió dos huevos. Al reclamar la cuenta, el precio le pareció desorbitado. “¿Tan escasos están los huevos por aquí?”, preguntó. Y el mesonero, sin despeinarse: “No, señor. Los huevos no… los reyes”.

No voy a hablarte hoy de egoísmo, ni de codicia, ni de listillos de ocasión. Hoy quiero hablarte de lo contrario: de generosidad. De esa virtud que consiste en dar -tiempo, ayuda, compañía, afecto, conocimiento- sin esperar nada a cambio. Dar por dar. Naturalmente. Como quien respira.

La generosidad no es dar lo que te sobra, sino lo que alguien necesita. Y si no te cuesta, igual no es un acto tan generoso como creías. Puede ser un euro, una hora, una idea… o una sonrisa. Pero lo esencial es que se da sin calculadora en la mano.

Vivimos rodeados de gente

-esa es una suerte- que da mucho. Y de otros que, si dan, lo anotan o hasta lo difunden. En resumen: hay personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. O que de sus riquezas solo disfrutan el miedo a perderlas. Como decía no sé quién, rico no es quien tiene mucho, sino quien puede prescindir de mucho.

Y hablando de riquezas, el tiempo es una de las más escasas. Hay quien regala su dinero, pero no su tiempo. Pero es en esos minutos que das cuando escuchas, acompañas o simplemente estás, donde se cultiva la verdadera generosidad.

También podemos dar ideas, compartir experiencias. George Bernard Shaw lo expresaba así: si tú tienes una manzana y yo otra, y las intercambiamos, seguimos con una manzana cada uno. Pero si compartimos ideas, ambos ganamos, crecemos los dos.

Y por supuesto, podemos dar afecto. Un buenos días. Una palabra amable. Un pequeño gesto que parece nada y significa mucho. Como decía el Dalai Lama: “Si no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya. Nadie la necesita más que quien no sabe sonreír”.

Eso sí: la generosidad de verdad no hace ruido. Es la que fluye, como las fuentes. La que llega sin aspavientos ni aplausos. “Hay que dar cantando como la fuente, no chirriando como la noria”, decía Marquina.

No lo olvides: “La manera de dar vale más que lo que se da”. O, como escribió la Madre Teresa: “Bienaventurados los que dan sin recordar y los que reciben sin olvidar”.

Concluyo con una historia:

Un rico le entregó a un mendigo un cesto lleno de basura. Este lo vació, lo limpió, lo llenó de flores y se lo devolvió. El rico, perplejo, preguntó: “¿Por qué me das flores si yo te di desperdicios?”. El otro respondió: “Cada uno da lo que tiene en el corazón”.

Quizás el reto no sea tener más, sino tener mejor corazón. Y generosidad… con huevos, claro. Hay que dar hasta que duela, que decía la Santa de Calcuta.