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Imperfectos y dignos de amor Imperfectos y dignos de amor

Imperfectos y dignos de amor

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José Iribas S. Boado

Se cuenta que Marilyn Monroe, entre sonrisa y atrevimiento, le propuso a Albert Einstein tener un hijo juntos: “¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia?”, le dijo. Él, con ironía lúcida, le respondió: “Desafortunadamente temo que el experimento salga al revés y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia”.

La anécdota es brillante, pero falsa. No quiero hablarte hoy de inteligencia, sino de belleza. O mejor dicho, del uso -y del abuso- que hacemos de ella.

Leía a Pilar Jericó en un texto titulado Vuelve a besar a ese espejo que te refleja. Una invitación preciosa, en el fondo, a reconciliarnos con nuestra imagen. Con nuestra realidad, a aceptarla. Y hasta a quererla. Coincido con ella: el problema no es la belleza, sino la dictadura que hemos montado a su alrededor.

Porque, seamos sinceros, la mayoría de los mortales somos… normales. Corrientes. Nada de portada de revista ni de alfombra roja. Eso sí: todos tenemos margen para cuidar o mejorar lo que hay. Presentarse en sociedad de forma cuidada, digna, es un deber para con uno mismo y para con los demás.

Sin obsesiones.

Lo exterior es el papel de regalo. Lo importante va dentro. No descuidemos el envoltorio, pero no olvidemos que el verdadero trabajo hay que hacerlo en el interior: intelectual emocional, espiritualmente. Y ahí sí que los años pueden jugar a favor… si uno entrena.

Los medios, la publicidad, las redes sociales… nos bombardean con otro mensaje. Uno único. Uniformado. Quieren convencernos de que solo lo joven, terso y perfecto merece ser amado. Pero no es verdad. Nos lo están vendiendo con cuerpos de gimnasio, filtros digitales y sonrisas llenas de dientes de anuncio. Y así, vamos generando frustración. Porque no se puede competir con lo falso.

Vivimos rodeados de apariencias, de imágenes editadas, de estéticas impostadas. La belleza natural se ha vuelto subversiva. La arruga, decía Adolfo Domínguez, es bella. Y si no lo es siempre, sí puede serlo. Sobre todo si va acompañada de historias de verdad.

Yo he visto belleza en una anciana arrugada que va de la mano de su marido. En una madre agotada que se pone las zapatillas tras una jornada maratoniana. En ese joven que, siendo distinto, pretende aportar en un mundo que a veces se le atraganta.

Sí, hay que cuidarse. Pero más aún, hay que quererse. Y, sobre todo, aceptarse. Con unos kilos de más, con una cana nueva, con una cicatriz que no sale -o sí- en las fotos. Porque quien no se quiere… lo proyecta. Y quien se quiere de verdad, lo transmite.

Decía alguien con humor: “Hay gente guapa por fuera y gente guapa por dentro. Lo mejor somos las personas reversibles”.

Si tú también eres reversible, enhorabuena. Y si no, empieza por mirar con otros ojos. Los del corazón. Porque esos no engañan.

Vuélvete a mirar en ese espejo que no te juzga por lo que aparentas… sino por lo que eres.

Y sí, vuélvelo a besar.