Hay personas que llevan el buen humor de serie. Gente con salero -del que baja la tensión, no del que la sube-. Y luego estamos los demás: los que contamos un chiste y lo dejamos tan destrozado que da pena hasta rematarlo. No pasa nada; cada cual tiene lo suyo.
Lo cierto es que un chiste bien contado te alegra el momento. Uno malo, te lo “pincha”. Y uno hiriente… directamente sobra. Porque no es lo mismo reír(se) con que reírse de. Esto, que parece básico, aún no lo tiene claro todo el mundo.
Pensaba en esto al leer hace tiempo la noticia de un partido de alevines que terminó 25-0. Sí, 25. Y cero. El club ganador, nada más acabar, cesó al entrenador por considerar que aquello no era educar en valores. No entraré a juzgar su decisión -ni soy pariente del míster ni estaba allí-, pero sí me hizo pensar en algo: el respeto no siempre se mide con números.
Lo saben bien gente como Miguel Induráin o Rafa Nadal. Ganadores de verdad. De los que vencían sin humillar. De los que reconocían los méritos del de enfrente. De los que no iban de sobrados. Dos campeones a los que, figuradamente, parece que siempre les acompaña un esclavo romano.
Te explico esto del esclavo, porque tiene miga.
En la antigua Roma, cuando un general regresaba victorioso de una campaña, se celebraba el Triunfo. Un desfile monumental. Una cuadriga, una ciudad entregada… y un hombre caminando detrás del héroe. Un esclavo que sostenía una corona de laurel sobre la cabeza del general mientras le repetía: Respice post te, hominem te esse memento. Es decir: “Mira atrás y recuerda que solo eres un hombre”.
Qué necesaria esa frase hoy. Qué falta nos hace un susurro así cada vez que creemos haber conquistado el mundo.
Porque cuando uno consigue algo -en el deporte, en el trabajo, en la vida- es demasiado fácil olvidar tres cosas básicas:
- Primero: que lo recibido no es mérito exclusivo propio. Llámalo dones, talentos o golpes de suerte. Llámalo como quieras, pero no cierres los ojos.Y agradécelo.
- Segundo: que detrás de cualquier éxito hay un ejército silencioso de gente que te apuntala. Padres, hijos, profesores, entrenadores, compañeros, amigos. Sí, también en lugares como CampusHome lo vemos cada curso con los estudiantes: nadie crece solo.
- Y tercero: que lo que logramos debería volver, de algún modo, a la sociedad. Porque los triunfos que no mejoran nada alrededor… se quedan en puro brillo superficial. Y efímero.
A veces uno mira alrededor y ve demasiados tipos convencidos de que llevan razón sólo porque llevan galones. O ni los llevan. Y así nos luce el pelo.
Por eso quizá convenga recuperar aquella vieja fórmula romana. No para desmerecer a nadie, sino para recordar que la grandeza verdadera es compatible con la humildad. Que ganar sin pisar a nadie no te hace menos fuerte, sino más digno.
Que celebrar está bien; pero creerse intocable, no.
Si un día nos toca subir a la cuadriga, que no se nos olvide mirar atrás.
Y, sobre todo, recordar que seguimos siendo eso: personas. Ni más, ni menos.
