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'Las cuatro estaciones' 'Las cuatro estaciones'

'Las cuatro estaciones'

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José Baldó
El paso del tiempo y la madurez traen consigo un drama del que no se salva ni Dios. Hace unos días leía en X, “el verdadero milagro de Jesús fue tener 12 amigos a sus 33 años y juntarlos a todos para cenar”. La mayoría de los mortales hemos experimentado en nuestras propias carnes las consecuencias que supone sentar la cabeza. No me malinterpreten, no es una queja, tan sólo es lo que acostumbramos a enmascarar bajo el axioma “es ley de vida”. La ecuación resulta sencilla: a medida que aumentan la familia y las obligaciones, disminuyen las horas de ocio y, por consiguiente, las quedadas con los colegas se ven reducidas a la mínima expresión. Que me lo digan a mí, un urbanita recalcitrante que se ha visto arrastrado hasta una recóndita casa rural con la promesa de pasar un fin de semana rodeado de amigos. Mientras aporreo las teclas del portátil embriagado por el frescor de la naturaleza —lo siento, sigo prefiriendo el olor del asfalto—, pienso que algunas de mis películas y novelas favoritas son historias que reflejan la importancia y el valor de la verdadera amistad. Al instante llegan a mi cabeza imágenes de films como Los amigos de Peter o Reencuentro, y relatos como El cuerpo de Stephen King, que sirvió de base para la cinta Cuenta conmigo. 

Ahora, en esa misma línea, Netflix estrena Las cuatro estaciones, una serie que propone una relectura de la película homónima dirigida por Alan Alda en 1981. Una comedia dramática que explora las relaciones de pareja a partir de los cincuenta y sus “efectos secundarios” en un grupo de amigos. Las crisis personales, las dudas, los resentimientos e, incluso, el final del amor, pueden hacer tambalear los cimientos de cualquier amistad, por muy sólida que sea.

Tres parejas de mediana edad formadas por Kate (Tina Fey) y Jack (Will Forte), Nick (Steve Carell) y Anne (Kerri Kenney- Silver), y Danny (Colman Domingo) y Claude (Marco Calvani) tienen la costumbre de reunirse cada cambio de estación para pasar juntos unos días de vacaciones. La serie arranca en primavera; lo que se prevé como un fin de semana agradable y tranquilo entre amigos se tuerce cuando uno de ellos, Nick, les confiesa que quiere dejar a su esposa. Tras 25 años de casados, la rutina se ha vuelto insoportable. Según él, ella ha renunciado a disfrutar de la vida, se pasa todo el tiempo hipnotizada con la tablet; ambos se han convertido en “compañeros de trabajo en una central nuclear. Nos sentamos en la misma sala toda la noche mientras miramos diferentes pantallas”. La noticia cae como un jarro de agua fría sobre el grupo y su impacto les obligará a sacar conclusiones sobre la deriva de sus respectivos matrimonios.

En los siguientes encuentros, uno por cada estación, seremos testigos de los cambios y las tensiones que se producen entre los seis amigos. Un verano en un resort ecológico junto a la nueva novia de Nick (¡oh, sorpresa! mucho más joven que él); una escapada otoñal a la universidad donde estudiaron o unas vacaciones de invierno para esquiar y despedir el año son la excusa perfecta para que Tina Fey —protagonista y creadora de la serie— reflexione sobre el amor y la vida en pareja cuando llega la madurez. Y todo ello, consiguiendo que la comedia se imponga al drama, que la tragedia del último capítulo (no haremos espóiler) quede diluida por el poder sanador de la risa.

Al final del viaje, nos despedimos de Las cuatro estaciones con el mismo pesar con el que decimos adiós a los amigos tras un fantástico fin de semana juntos. Contamos los días que quedan para el reencuentro, evocamos los recuerdos y atesoramos las risas —por suerte, abundantes— bien cerca del corazón.