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Los riñones también tienen derecho  a jubilarse… pero no demasiado pronto Los riñones también tienen derecho  a jubilarse… pero no demasiado pronto

Los riñones también tienen derecho a jubilarse… pero no demasiado pronto

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Joan Izquierdo

“Doctor, vengo porque me han dicho que tengo ‘un riñón perezoso’. ¿Eso se arregla con café o con alguna infusión de las que venden?”.

Así me recibía Carlos hace unos días, un paciente de un consultorio rural de la sierra. Tenía esa sonrisa socarrona tan turolense que mezcla el humor con la preocupación verdadera. Y es que, entre bromas, lo que en realidad le rondaba por la cabeza era el diagnóstico de insuficiencia renal crónica que su médico de cabecera le había insinuado tras unas analíticas.

El término impone, lo reconozco. Suena a máquina estropeada. Pero conviene entenderlo con calma: la insuficiencia renal crónica no significa que los riñones hayan “tirado la toalla” de golpe, sino que su función va bajando poquito a poco.

¿Qué hacen los riñones, aparte de salir en las clases de anatomía?

Los riñones son dos órganos discretos, del tamaño de un puño, que trabajan sin protestar las 24 horas del día. Se dedican a filtrar la sangre, eliminando toxinas y el exceso de líquidos. También regulan la tensión arterial, producen hormonas y mantienen el equilibrio de sales en el cuerpo. Vamos, que son algo así como la “depuradora” de nuestro organismo.

Cuando esa depuradora empieza a fallar y no se detecta a tiempo, las sustancias de desecho se van acumulando. Al principio no se nota demasiado -de ahí que se le llame una enfermedad “silenciosa”-, pero con los años puede dar síntomas: cansancio, hinchazón en tobillos, picores, falta de apetito o hipertensión difícil de controlar. Nada muy específico, lo que complica aún más la sospecha.

¿Por qué aparece la insuficiencia renal crónica?

Aquí no hay magia negra ni mala suerte. Los principales culpables están bastante bien identificados:

- La diabetes: el exceso de azúcar daña los pequeños vasos del riñón.

- La hipertensión arterial: la presión alta, mantenida durante años, va “machacando” esos filtros.

- La edad: como todo en el cuerpo, los riñones también envejecen.

- Algunas medicinas tomadas de forma prolongada, como antiinflamatorios.

- Y, en menor medida, las enfermedades hereditarias o autoinmunes.

Es decir, lo que daña al corazón y a las arterias… también pasa factura a los riñones. Al final, todo está conectado.

¿Y qué podemos hacer para cuidarlos?

No hay pócimas milagrosas ni hierbas secretas. Pero sí hay hábitos cotidianos que marcan la diferencia. Y lo mejor: son los mismos que sirven para casi todo en medicina preventiva.

1. Controlar la tensión y el azúcar. Si su médico le ha mandado pastillas, no es por afición: es para que sus riñones lleguen en las mejores condiciones a la tercera edad.

2. Beber agua con sensatez. No hacen falta tres litros diarios pero la clave es mantenerse hidratado.

3. Reducir la sal.

4. Evitar el abuso de antiinflamatorios. No pasa nada por tomarlos puntualmente cuando están indicados, pero automedicarse como si fueran caramelos puede traer consecuencias.

5. No fumar. El tabaco también daña los vasos sanguíneos del riñón.

6. Revisiones médicas. Un simple análisis de sangre y orina puede detectar el problema en fases muy tempranas.

Y esto, ¿se puede mejorar? Aquí viene la buena noticia: aunque la insuficiencia renal crónica no suele “revertirse” por completo, sí podemos frenar mucho su evolución. En muchos pacientes conseguimos que los riñones se mantengan estables durante años, evitando llegar a diálisis o trasplante. El secreto está en el diagnóstico precoz y en el cuidado diario.

En el caso de mi paciente, tras explicarle todo esto, me miró y dijo: “Así que lo que tengo que hacer es tratar a los riñones como a la mula de mi abuelo: no cargarla demasiado y darle agua cuando toca”. Y, aunque lo dijo medio en broma, dio en el clavo.