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El fin del mundo El fin del mundo

El fin del mundo

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Javier Lizaga

Seguramente cerrarían los colegios un mes antes, incluso los negocios. No tiene sentido que el mundo se acabe y haya que seguir trabajando, o aprendiendo, para el futuro, cuando el futuro es tan breve. La gente se sentaría en las terrazas a tomar café y charlar amigablemente. Una mujer de ojos marrones habla con su madre del poco tiempo que pasaron juntas cuando ella era niña y su madre trabajaba en la tienda. Un amigo le cuenta a otro que odiaba a su jefe, a quien por suerte no verá más. El panadero canta, los clientes pronuncian todos un “por favor”. Ya no se cabe en los parques. Un día antes del fin del mundo, hay un estallido de felicidad. 

La invención no es mía es de Alan Lightman. En su libro, delicioso, sobre las teorías del tiempo plantea historias cotidianas que parecen reales, para hacernos caer en la cuenta de cómo el tiempo marca nuestros días. Hay un escalofrío y un impulso de felicidad centelleante en la sola idea de pensarse en el último mes del mundo, de cualquier mundo. ¿Qué harías tú? Piénsalo. 

Ahora que el mundo circula cuesta abajo, me doy cuenta de que las invenciones son como un traje y siempre sientan mejor antes de verte en el espejo. Me pregunto si el último mes del mundo, al menos, no habría fusiones de bancos, si habría barcos para evitar que las pateras naufragasen, si por un mes no estaríamos pendientes de alguna fábrica a punto de cerrar, si por una vez no importaría pagar el recibo de la luz, si ese año no habría nueva ley de educación, si se apoyaría a los científicos, si se escucharía a los niños y si se pararía de discutir por tener razón. 

Como si fuera una historia inventada más, 2020 nos ha enseñado lo frágiles que somos. También que el mundo se empecina en seguir con su rutina, de centros comerciales y facturas por pagar. Personalmente ahora mismo miro más a las caras sonrientes de los coches, a los niños jugando y estoy empezando a aprender a intuir cuando sonríen los ojos. Me interesa más que las cifras diarias del covid, aunque, a veces, tenga que relatarlas, comentarlas y explicarlas. La suerte después de todo, para muchos de nosotros, es que podremos reescribir 2020. Hemingway sostenía que “la primera versión de cualquier cosa es una mierda”.