

La tragedia de la Sierra de la Culebra cabe entre dos frases. El “no se sabía que era para tanto”, de quienes desde la base oyeron como el fuego asesinaba al bombero Daniel Gullón, y el “¿cómo puede estar pasando esto?, del fotógrafo Emilio Fraile antes de romper a llorar. Da igual que sea un tsunami, una tormenta, un fuego, quien confirme el enorme desafío y fortuna que es vivir.
El libro de Juan Navarro García se lee con un nudo en el estómago, remueve los rescoldos que asolaron Zamora en 2022 y lo que no queremos ver. Los vecinos con las azadas y los tractores a la desesperada, con el fuego a las puertas. Las diez horas sin comer de los retenes, los cinco kilos que pierden y los medios que faltan. Los que hoy critican, mañana dirán que sobran forestales.
Eugenio Ratón se quemó vivo al huir en el coche con su padre centenario. Los atrapó el fuego, empezó a arder el maletero. Salieron corriendo. Murió a los pocos días, aunque salvó a su padre. A Ángel Martín, constructor, lo atraparon las llamas mientras hacía un cortafuegos con su bulldozer.
Las palabras no pueden cambiar el pasado. No hay peor muerte que el olvido. Seis bomberos de la helitransportada de Alcorisa murieron en 2011 al caer el helicóptero que les llevaba a sofocar un fuego en Villel. Combatieron al fuego que quemó más de 7.000 hectáreas entre Aliaga y Ejulve. He vuelto a recordar cómo se te graba la lista de pueblos afectados, el olor intenso, el silencio negro y la impotencia.
Valeriano es el hermano de Victoriano Antón, el pastor que murió intoxicado. Relata cómo se le acercó el ministro y le dijo: “ya sabes dónde estamos” y, “no se ha vuelto a acordar nadie”.
Hoy que el fuego vuelve a quemar León, Zamora, Orense y Extremadura es fácil intuir que volverá a pasar lo mismo. Las jaras y las zarzas volverán a impedir siquiera que el ganado suba monte arriba, volverán a seguir vaciándose, volverán a quedar olvidados. Y ahí es donde empieza no el fuego, sino el desastre.
El libro de Juan Navarro García se lee con un nudo en el estómago, remueve los rescoldos que asolaron Zamora en 2022 y lo que no queremos ver. Los vecinos con las azadas y los tractores a la desesperada, con el fuego a las puertas. Las diez horas sin comer de los retenes, los cinco kilos que pierden y los medios que faltan. Los que hoy critican, mañana dirán que sobran forestales.
Eugenio Ratón se quemó vivo al huir en el coche con su padre centenario. Los atrapó el fuego, empezó a arder el maletero. Salieron corriendo. Murió a los pocos días, aunque salvó a su padre. A Ángel Martín, constructor, lo atraparon las llamas mientras hacía un cortafuegos con su bulldozer.
Las palabras no pueden cambiar el pasado. No hay peor muerte que el olvido. Seis bomberos de la helitransportada de Alcorisa murieron en 2011 al caer el helicóptero que les llevaba a sofocar un fuego en Villel. Combatieron al fuego que quemó más de 7.000 hectáreas entre Aliaga y Ejulve. He vuelto a recordar cómo se te graba la lista de pueblos afectados, el olor intenso, el silencio negro y la impotencia.
Valeriano es el hermano de Victoriano Antón, el pastor que murió intoxicado. Relata cómo se le acercó el ministro y le dijo: “ya sabes dónde estamos” y, “no se ha vuelto a acordar nadie”.
Hoy que el fuego vuelve a quemar León, Zamora, Orense y Extremadura es fácil intuir que volverá a pasar lo mismo. Las jaras y las zarzas volverán a impedir siquiera que el ganado suba monte arriba, volverán a seguir vaciándose, volverán a quedar olvidados. Y ahí es donde empieza no el fuego, sino el desastre.