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No es cualquiera No es cualquiera
Fotografía de Pedro J. Bonilla

No es cualquiera

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Javier Lizaga

Solo nos acordamos de los poetas cuando se mueren y de los filósofos cuando estamos deprimidos. Somos así. El sábado me encontré con un compañero que me dijo que había venido “Rafael Azcona, el alcalde de Zaragoza”, y entonces lo que me pareció un error es que Jorge Azcón sea el primer edil zaragozano. Me relamía y suave me entró la puñalada: “¿sabes que ha muerto Carbonell, no?”. Me despedí mascando la miseria.  Tras la boda, en El verdugo el cura les conmina a pagar 125 pesetas por el sacristán, los monaguillos y la música, “un barato por ser don usted Amadeo”. “Pero si no ha habido música”, responde Carmencita. “Encima que se les hace un favor a una familia sin posibles…”, reza el cura. Y así se rascan el bolsillo, el padre de verdugo, porque total ha usado el traje tres veces en cinco años, el otro de enterrador y la novia de prestrado. Sin padrinos y esperando a tomarse unos calamares en el bar de enfrente para celebrarlo. Ya Azcona dejó claro que los pobres suelen decir la verdad, de tanto encarar a la vida. Tenía la virtud Joaquín Carbonell de parecer de los nuestros, cuando realmente era alguien que nos regaló el mar. Un chaval que tocaba la armónica a los 9 años y que a los 14 ya había debutado con la orquesta Bahía. A los “chicos del pueblo”, a la “gente modesta”, “sin estudios universitarios” que un día se acercan “a las mieles del triunfo”, les dedicó la medalla de los Amantes, aunque bien mirado su biografía entera es una invitación a quitarse complejos. A convertir eso de nacer en un parto “sin doctor”, o lo pasar “siete días sin hablar” en una virtud, como reivindica, su “De Teruel no es cualquiera”.

De aquí son “gente rara como Chomón, como Buñuel”, dicta la canción, y ahora parece faltarle un verso que diga “como el Brassens de Teruel”. Nada que diga mejora lo que cantan sus canciones. Solo me sale decir que estamos un poco más huérfanos, un poco más sólos. Y que Aragón, como dice un amigo, son ellos, los únicos capaces de reconciliar los pajares abandonados, los caminos de piedras y las empresas, investigadores o creadores que alumbra esta tierra. Dante mencionaba las luciérnagas como los pequeños fuegos en los que se queman los políticos turbios. Ya no sé si quedan menos luciérnagas o poetas. Ya lo dejó dicho: “aquí te quiero ver, mojándonos el culo”. Y no admiro su éxito sino su honestidad.