Se han hecho tesis menos justificadas que las que podrían escribirse sobre los instantes después de que tu hijo pierda un partido de fútbol. De todas las inmensas chorradas que alguien puede decir después de un partido, sea de lo que sea, solo salvaría la frase que se pronuncia justo después de la derrota. Lo importante es la narrativa, los cuentos que te cuentas, seas el novio de Ayuso o la mujer del presidente.
“La próxima vez los machacáis”, o en cambio un “no pasa nada”. Epicuro o Estoicismo, Mourinho o Guardiola, Caín y Abel. Ya no hay vuelta atrás. Ya nadie sale de la caverna de Platón.
Una frase tras una derrota en alevines y desciframos el carácter, el estado mental o, lo que es más grave, el equipo de fútbol del padre: “el campo era un patatal”, “y el árbitro...”, sin duda Atlético o para abajo, equipo pequeño, mucho sufrimiento, mala salud. “Pero si es que ha habido tres que no se han enterado”, “no dais tres pases”.
Quema de brujas y equipo grande, inconformismo, pocos amigos y desequilibrios emocionales.
Nada más jodido que perder, por otra parte, de manera subrogada. Uno aprende a ser padre en un campo de fútbol, donde pinta menos que un votante en el congreso del partido. Uno se siente como Javier Cámara y empatiza con el sufrimiento de Chendo. Cualquiera es cualquiera y encima lo niega, canta don Andrés.
No hay ceremonia sin gestualidad. Nadie mejor que Sabina ha expresado el protocolo tras una derrota, son 19 días y 500 noches.
Entonces sirve un gesto, o, precisamente, su ausencia, unos segundos de silencio y te das cuenta. Y te ríes, por dentro.
Porque va de verdad, tan de verdad como las conversaciones a borbotones con los amigos que no vemos. Porque, ahora sí, puede que le enseñes de lo único que sabes, de perder. De que nuestros aciertos, son solo parte de nuestros fallos, o quizá, al revés. Y no se lo dices, pero le tienes envidia, por todo lo que le queda por fallar, por perder. Y ojalá poder acompañarle. Sin decir nada.
“La próxima vez los machacáis”, o en cambio un “no pasa nada”. Epicuro o Estoicismo, Mourinho o Guardiola, Caín y Abel. Ya no hay vuelta atrás. Ya nadie sale de la caverna de Platón.
Una frase tras una derrota en alevines y desciframos el carácter, el estado mental o, lo que es más grave, el equipo de fútbol del padre: “el campo era un patatal”, “y el árbitro...”, sin duda Atlético o para abajo, equipo pequeño, mucho sufrimiento, mala salud. “Pero si es que ha habido tres que no se han enterado”, “no dais tres pases”.
Quema de brujas y equipo grande, inconformismo, pocos amigos y desequilibrios emocionales.
Nada más jodido que perder, por otra parte, de manera subrogada. Uno aprende a ser padre en un campo de fútbol, donde pinta menos que un votante en el congreso del partido. Uno se siente como Javier Cámara y empatiza con el sufrimiento de Chendo. Cualquiera es cualquiera y encima lo niega, canta don Andrés.
No hay ceremonia sin gestualidad. Nadie mejor que Sabina ha expresado el protocolo tras una derrota, son 19 días y 500 noches.
Entonces sirve un gesto, o, precisamente, su ausencia, unos segundos de silencio y te das cuenta. Y te ríes, por dentro.
Porque va de verdad, tan de verdad como las conversaciones a borbotones con los amigos que no vemos. Porque, ahora sí, puede que le enseñes de lo único que sabes, de perder. De que nuestros aciertos, son solo parte de nuestros fallos, o quizá, al revés. Y no se lo dices, pero le tienes envidia, por todo lo que le queda por fallar, por perder. Y ojalá poder acompañarle. Sin decir nada.
