

Si durante el año ya me generan pereza los influencers debido a las continuas lecciones vitales que se encargan de dar por redes sin que nadie se las haya siquiera pedido, en verano el desinterés se multiplica. “La etapa de viajar a Bali recomiendo no saltársela”, es el mensaje de moda de este verano. Como quien te recomienda ir a un bar para probar un pincho de tortilla. Lo mismito, con la ligera diferencia de que no todos tenemos ni el tiempo ni el dinero ni la comodidad de vida ni los amigos que ellos falsean tener para cruzar el mundo y pasar tres semanas haciéndonos fotos en playas paradisiacas.
Lejos de querer imitar su estilo de vida, que en la mayoría de casos está abocado al hundimiento en cuanto dejan de resultar interesantes para sus followers, yo este verano estoy exprimiendo al máximo mis días en el pueblo. Trato de hacer algo por la mañana, pero no me importa pasar un día entero sin actividad, puesto que el simple hecho de estar en el pueblo ya me parece bastante placentero.
A veces me atrevo a no corresponder al pueblo con la paz que él me ofrece a mí y digo que es aburrido. En cuanto llega el viernes me arrepiento de lo dicho, y el domingo por la tarde incluso de haberlo pensado.
Los findes de verano parecen eternos. Un no parar, un desgaste físico total, pero una recarga de pilas mental que no tengo yo del todo claro si sería capaz de alcanzar en las playas de Bali.
Tener pueblo debería ser una obligación. No soy de los que piensa que la vida de pueblo sea mejor que la de ciudad, sinceramente no creo que lo sea. Sin embargo, solo si tienes pueblo sabes lo que es veranear al doscientos por cien. Este año lo he hecho.
Y voy a continuar haciéndolo hasta casi octubre, porque ¿qué es un verano sin unas fiestas de pueblo tardías que pongan el broche final? Solo nosotros -los que tenemos pueblo- lo sabemos.
Por eso os pido una cosa: no lo subáis a redes sociales, a ver si les va a llegar a los influencers y deciden cambiar Bali por cualquier pequeño pueblo sin descanso.
Lejos de querer imitar su estilo de vida, que en la mayoría de casos está abocado al hundimiento en cuanto dejan de resultar interesantes para sus followers, yo este verano estoy exprimiendo al máximo mis días en el pueblo. Trato de hacer algo por la mañana, pero no me importa pasar un día entero sin actividad, puesto que el simple hecho de estar en el pueblo ya me parece bastante placentero.
A veces me atrevo a no corresponder al pueblo con la paz que él me ofrece a mí y digo que es aburrido. En cuanto llega el viernes me arrepiento de lo dicho, y el domingo por la tarde incluso de haberlo pensado.
Los findes de verano parecen eternos. Un no parar, un desgaste físico total, pero una recarga de pilas mental que no tengo yo del todo claro si sería capaz de alcanzar en las playas de Bali.
Tener pueblo debería ser una obligación. No soy de los que piensa que la vida de pueblo sea mejor que la de ciudad, sinceramente no creo que lo sea. Sin embargo, solo si tienes pueblo sabes lo que es veranear al doscientos por cien. Este año lo he hecho.
Y voy a continuar haciéndolo hasta casi octubre, porque ¿qué es un verano sin unas fiestas de pueblo tardías que pongan el broche final? Solo nosotros -los que tenemos pueblo- lo sabemos.
Por eso os pido una cosa: no lo subáis a redes sociales, a ver si les va a llegar a los influencers y deciden cambiar Bali por cualquier pequeño pueblo sin descanso.