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El segundón de oro El segundón de oro
EFE/EPA/Mast Irham

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Javier Gascó
El domingo acabaron los Campeonato del Mundo de atletismo. No es que sea yo un aficionado acérrimo a ninguna de las disciplinas, pero siempre que se celebra un evento importante de atletismo me gusta estar al loro de quienes son los nuevos reyes en cada una de las pruebas. Y como no puede ser de otra manera me llama poderosamente la atención el dominio que arrastra desde hace varios años Mondo Duplantis, el que ya es considerado por muchos entendidos como el mejor deportista de la historia gracias a su capacidad para batir su propio récord del mundo en salto de pértiga cada vez que llega una de las citas marcadas en rojo en el calendario.

El debate sobre si su forma de competir es moralmente correcta o no da para horas de discusión. Algunos sospechan que el bueno de Mondo ya hubiera sido capaz de saltar los 6,30 que consiguió la semana pasada hace ya varios años y ha estado estirando el chicle durante todo este tiempo (la de estos campeonatos es la 13ª vez que el chico logra batir su propia mejor marca) para llenarse la cartera. Como estrategia de negocio mal no me parece. Y visto lo visto, creo que a sus rivales tampoco. 

Siempre que salta Duplantis me gusta verlo porque pienso en la posibilidad de que el chicle deje de estirarse y Mondo ya nunca más pueda volver a superarse. Algo que hasta ahora nunca ha sucedido. Pues bien, en todos esos campeonatos que he seguido al saltador me ha llamado la atención la forma de actuar del que suele ser el segundo clasificado, un griego llamado Emmanuíl Karalís que de haber nacido en otra época quizás podría haber sido el dominador de la disciplina. Pero le ha tocado estar a la sombra del mejor. Y creo que a la sombra del mejor la brisa que corre es más fresquita. Imagino que los patrocinadores pagarán cantidades mayores en aquellas pruebas en las que participe Duplantis, por lo que las migajas del premio gordo serán más suculentas. A ver si va a resultar que ser un segundón no estaba tan mal.