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Javier Gascó

Dos familias han estado a la orden del día durante la última semana: Los Alcántara y Las Pombo. Poco tienen que ver los unos con los otros, más allá de la normalidad que los caracteriza. Según los ojos que miren. Eso sí.

Casi nada hay que explicar de los primeros, que durante más de dos décadas han surcado los mares de la transición para llegar a la orilla de la actualidad, concretamente hasta el año 2001. Parecía que Herminia -fantásticamente interpretada por Maria Galiana- iba a ser eterna, pero llegó el momento de su fallecimiento y con él, el final de una familia ficticia que, en muchas ocasiones, se ha asemejado a cualquiera de las que se encontraban al otro lado de la pantalla. En definitiva, Los Alcántara ya son historia de España.

Y hacia ese mismo camino, el de hacer historia en nuestro país, se dirigen Las Pombo, que hace un par de días estrenaban su documental. María es la pionera y de algún modo y pese a sus 29 años se podría decir que es la Herminia de este nuevo conglomerado de creadores de contenido en el que se ha convertido su familia. Todos los Pombo, desde sus hermanas hasta su marido, están metidos en el ajo influencer.

El caso es que la madrileña, en el primer capítulo de Pombo -nombre de la docuserie-, dice que su familia es “aparentemente normal”. Hasta ahí, todo bien. Sin embargo, la normalidad empieza a derivar hacia anormalidad a medida que va avanzando el documental. Los coches de alta gama, las celebraciones de ensueño en grandes fincas o los paseos en caballo ponen en duda el discurso de María Pombo. Una ruta en yate termina de confirmar que la normalidad de Las Pombo difiere en buena medida a lo que yo tengo entendido por normalidad.

Igual el raro soy yo, pero pienso que la gran mayoría de familias españolas de la actualidad siguen pareciéndose más a lo que Los Alcántara transmitían desde un barrio madrileño de clase media, como San Genaro, que a lo que Las Pombo nos quieren vender como normalidad.

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