

Ángel tiene 43 años y una pregunta que lleva semanas rondándole la cabeza: “¿Me puedo echar la crema de mi mujer o me saldrán granos?”. Lo plantea con auténtica preocupación, como si el tarro blanco que reposa junto al cepillo de dientes escondiera una trampa molecular diseñada para confundir pieles masculinas. La cuestión, que podría parecer anecdótica, resume perfectamente el desconcierto con el que muchos hombres se acercan al mundo del cuidado personal.
Porque, seamos sinceros, durante años el mensaje fue claro: el cuidado era cosa de mujeres. El hombre, con suerte, se lavaba la cara con el mismo gel que usaba para el cuerpo, el pelo y el coche. Hoy, en cambio, empieza a abrir el cajón del baño con la curiosidad del que explora un nuevo continente, pero sin mapa ni brújula. Y lo que se encuentra le da más miedo que ilusión: palabras raras, texturas sospechosas y la sensación de estar invadiendo territorio ajeno.
La buena noticia es que no hace falta complicarse. Cuidarse no tiene por qué ser una carrera de obstáculos ni una clase de química avanzada. Una rutina básica, sencilla, de tres minutos al día, puede marcar la diferencia. Lavarse la cara con algo que no sea agua sola o jabón de manos. Usar una crema hidratante que se absorba sin dejar brillos. Y, sí, echarse protector solar, incluso si uno vive en Teruel y piensa que el sol aquí es más tímido. Estos tres gestos, repetidos a diario, no solo mejoran el aspecto de la piel: ayudan a prevenir arrugas, manchas, irritaciones y ese aspecto cansado que a veces ni el café soluciona.
Y ya que estamos, una línea sobre el pelo. Porque también se nota cuándo alguien lo cuida. Usar un champú adecuado (que no sea el mismo que el del cuerpo), y, si el cabello empieza a debilitarse, aplicar alguna loción estimulante. Nada de soluciones mágicas ni promesas imposibles: solo constancia y prevención. Que luego vienen los sustos, los viajes exprés a Turquía y las gorras sospechosas.
Volviendo a Ángel, se animó. Usó la crema. No pasó nada. No le salieron granos ni se convirtió en influencer. Solo notó que la piel ya no le tiraba tanto y, lo más curioso, empezó a prestarse un poco más de atención al mirarse al espejo. Porque a veces cuidarse no tiene que ver con vanidad, sino con bienestar. Con sentirse mejor. Con recuperar algo de ese gusto por uno mismo que a menudo se deja en la rutina diaria, entre prisas, trabajo y obligaciones.
Cuidarse no es cosa de mujeres. Ni de jóvenes. Ni de modernos. Es cosa de personas que quieren estar bien. Hombres incluidos.
Y si alguna vez te ves dudando frente a un bote de crema, recuerda: peor que usar la de tu pareja es no usar ninguna.