22 almas a primera o segunda hora, que va a dar lo mismo. Otros años ha sido peor, nos tocaba el viernes a sexta, todo el mundo pensando en pirarse, claro. Yo también. Entre mis menesteres, intentar convencerles de la importancia de hablar y escribir bien, de que al menos se nos entienda, de que seamos sinceros e íntegros pero a la vez pícaros e inteligentes, de apostar a muerte por nuestros puntos fuertes e intentar dar la vuelta a lo que nos cuesta y llevarlo a un terreno donde aprovecharlo. Todos escribimos y contamos historias. Es lo que hacemos cuando contamos el partido del fin de semana a los amigos, o cuando explicamos lo bien (o mal) que lo hemos pasado estos últimos días.
Más difícil es hacerles entender que la Oratoria se debe basar en aspectos lógicos. Que la emotividad debe usarse con tiento, y siempre teniendo en cuenta que es fundamental partir de premisas y argumentos reales. Lo importante, sobre todo, es no hacer correr los bulos y ser capaz de, con la razón, cambiar o hacer cambiar de opinión.
Pero la realidad es otra. Hordas de tiktokers, opinadores a sueldo y bots difundiendo mentiras y argumentos falaces. Ayusos y Figaredos, entre otros muchos más, haciendo caso omiso a la decencia y a la ética. Medios de prensa que más bien parecen fotocopias propagandísticas con sello “puntocom”.
Solo sé que no sé nada, decía Sócrates. Ahora la ignorancia se estima y se valora. Y nuestros jóvenes es lo que maman, sin que tú te enteres porque haces al final lo mismo que ellos. Ha vencido el algoritmo. Al tonto se le valora. De no poderlo señalar por lo del “pobrecico” hemos pasado a vanagloriarlo después de pasar por el “respétalo”. Y una mierda. ¿Qué pensaría Sócrates si viviese? No lo sé. Yo no sé nada. ¿Mejor callar? No creo.
Por encima del triunfo de la mentira y la manipulación siempre hay esperanza. Eso me dicen los positivos de turno. Pero a mí ya me es casi imposible buscarla, hastiado como estoy de que los majaderos analfabetos manejen sin escrúpulos la narrativa de la actualidad.
Más difícil es hacerles entender que la Oratoria se debe basar en aspectos lógicos. Que la emotividad debe usarse con tiento, y siempre teniendo en cuenta que es fundamental partir de premisas y argumentos reales. Lo importante, sobre todo, es no hacer correr los bulos y ser capaz de, con la razón, cambiar o hacer cambiar de opinión.
Pero la realidad es otra. Hordas de tiktokers, opinadores a sueldo y bots difundiendo mentiras y argumentos falaces. Ayusos y Figaredos, entre otros muchos más, haciendo caso omiso a la decencia y a la ética. Medios de prensa que más bien parecen fotocopias propagandísticas con sello “puntocom”.
Solo sé que no sé nada, decía Sócrates. Ahora la ignorancia se estima y se valora. Y nuestros jóvenes es lo que maman, sin que tú te enteres porque haces al final lo mismo que ellos. Ha vencido el algoritmo. Al tonto se le valora. De no poderlo señalar por lo del “pobrecico” hemos pasado a vanagloriarlo después de pasar por el “respétalo”. Y una mierda. ¿Qué pensaría Sócrates si viviese? No lo sé. Yo no sé nada. ¿Mejor callar? No creo.
Por encima del triunfo de la mentira y la manipulación siempre hay esperanza. Eso me dicen los positivos de turno. Pero a mí ya me es casi imposible buscarla, hastiado como estoy de que los majaderos analfabetos manejen sin escrúpulos la narrativa de la actualidad.
